domingo, 24 de enero de 2010

DEBATE: A PROPÓSITO DEL LIBRO DE NELSON MANRIQUE " ¡USTED FUE ARPISTA! BASES PARA UNA HISTORIA CRÍTICA DEL APRA

¡USTED FUE APRISTA! DE NELSON MANRIQUE

Dom, 22/11/2009 - 19:44

Por Martín Tanaka

Apareció el libro ¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del APRA (Fondo Editorial PUCP-CLACSO, 2009) de Nelson Manrique. Se trata de un libro sólido, de lectura imprescindible, y sin duda será una referencia obligada para cualquier interesado en el APRA y en la historia del siglo XX peruano.

¿Cómo abordar una historia del APRA evitando caer en la hagiografía o la diatriba?, se pregunta el autor, quien se propone tener “una actitud reflexiva, alejada de las descalificaciones fáciles. Siempre la mejor opción es tratar de entender a los protagonistas dentro de la trama de relaciones sociales que les preexistían y que fueron el marco –y el límite– dentro del cual podían actuar” (p. 7-8).

Según Manrique, esa “trama de relaciones” estaría compuesta por un entrecruzamiento de elementos oligárquicos, imperialistas y capitalistas frente a los cuales Haya insurgió legítimamente en los años 20. Sin embargo, desde tan temprano como 1931 el fundador del APRA habría iniciado un proceso de “derechización” que alejaría al partido de la representación de los sectores populares, impidiendo la modernización del país y generando una creciente brecha entre sociedad y Estado que padeceríamos hasta nuestros días.

Desde el título, Manrique parece reprocharle a Haya esa derechización, sin intentar entender su lógica. La sola sobrevivencia del APRA como el partido más importante del país, ¿no plantea que hubo cierta racionalidad en esas decisiones? No me parece que la línea de lectura del autor sea fiel al criterio de “tratar de entender a los protagonistas dentro de la trama de relaciones sociales ... dentro de (las cuales) podían actuar”.

¿Existe un mejor ángulo para evaluar el desempeño de Haya y del APRA? Pienso que el mejor es un enfoque comparado. El APRA es la manifestación peruana de un fenómeno latinoamericano, el populismo. Manrique se refiere en diversos momentos al peronismo, al MNR boliviano, al varguismo en Brasil, pero no explora comparaciones.

Comparativamente, las que aparecen como indefiniciones y traiciones resultan manifestaciones típicas del populismo: como señalara recientemente Marcos Novaro refiriéndose al peronismo, “se presenta como una barrera contra el comunismo y la radicalización gremial frente a las clases medias y el empresariado, y como el mejor canal para satisfacer los intereses del pueblo y de los trabajadores frente a sus bases populares... asediado por quienes le reclaman orden tanto como por los que le reclaman cambios más auténticos”.

Al mismo tiempo, este “camaleonismo” es lo que explica la vitalidad y vigencia del populismo. Puede asumir una forma radical revolucionaria, como neoliberal y conservadora, según las circunstancias. En medio de esas transformaciones algunos se mantienen vigentes, como el APRA, el justicialismo o el PRI en México, y otros declinan, como el MNR o AD en Venezuela. Explicar esa diferencia es la clave.

¡USTED FUE POPULISTA!

Mar, 24/11/2009 - 21:55

Por Nelson Manrique

En una reseña de mi libro (“¡Usted fue aprista!, LR, 22/11/09) Martín Tanaka plantea algunas observaciones polémicas. No tenemos tradición de debate académico y por eso agradezco especialmente sus comentarios. Martín considera que no he sido fiel a mi propósito declarado de “tratar de entender a los protagonistas dentro de la trama de relaciones sociales que les preexistían y que fueron el marco –y el límite– dentro del cual podían actuar”. Considera que le reprocho a Haya, “desde el título”, su derechización, sin intentar entender su lógica, que resultaría validada por la supervivencia del APRA y su conversión en el partido más importante del país. Siempre siguiendo a Martín, el “camaleonismo” aprista (el adjetivo es suyo), explicaría su vitalidad y vigencia, algo esperable, porque acomodarse a los vientos es un rasgo típico del populismo latinoamericano.

Martín propone un enfoque comparativo como una mejor entrada para analizar el comportamiento político del Apra: “El APRA es la manifestación peruana de un fenómeno latinoamericano, el populismo ... Comparativamente, las que aparecen como indefiniciones y traiciones resultan manifestaciones típicas del populismo”.

Un primer problema deriva de lo problemático que es el término “populismo”. Como Ernesto Laclau (La razón populista. México: FCE, 2005) ha subrayado, el término ha sido utilizado tanto y de tan diversas maneras que resulta muy difícil ponerse de acuerdo acerca de qué estamos hablando. Que Leguía, Haya, Bustamante y Rivero, Belaunde y Velasco –para sólo referirnos a nuestra propia historia política– puedan ser caracterizados como “populistas” es expresivo de esta dificultad.

En segundo lugar, en un tema como este el recurso a la historia comparada es útil como herramienta auxiliar, pero no como la opción principal. Si se trata de entender las decisiones de una persona, o una organización social, o política, primariamente las razones hay que buscarlas en procesos y fuerzas internos y sólo secundariamente en los externos. El método comparativo permite construir categorías útiles para el análisis a través de un razonamiento inductivo: si este conjunto de partidos tienen en común comportamientos que “aparecen como indefiniciones y traiciones”, puedo agruparlos bajo una misma categoría: populismo, por ejemplo. Pero no puedo realizar el camino inverso: asumiendo que el Apra es efectivamente “populista” deducir de aquí que éste va a realizar virajes que “aparecen como indefiniciones y traiciones”.

El objetivo de mi texto no es, por cierto, reprochar a Haya su derechización; no dedicaría tanta energía a un objetivo tan minúsculo. Mi propósito es otro: tratar de entender las tensiones que tuvo que encarar a lo largo de su vida política y la manera cómo lo hizo. Por ejemplo, cómo concilió las demandas de las bases radicales apristas, provenientes de la tradición anarquista, que creían que el partido iba a hacer la revolución, con una estrategia política basada en el juego electoral como el camino para llegar al poder, algo que se planteó tan tempranamente como en 1928, cuando Haya trataba de ser candidato presidencial mientras que las bases partidarias esperaban que el partido asaltara el poder.

La valoración del éxito o fracaso de un personaje como Haya debiera hacerse partiendo de los objetivos que se propuso. Los grandes virajes del Apra no se realizaron para “asegurar la supervivencia del partido”, en momentos de crisis, sino en coyunturas de claro ascenso popular. Sucedió en mayo de 1945, cuando el Apra estaba a punto de incorporarse al sistema político legal y Haya envió el mensaje a la oligarquía de que no quería “quitarle la riqueza al que la tiene sino crearla para el que no la tiene”.

Volvió a suceder en 1956, 1962 y 1963, cuando se concretó la alianza con la oligarquía. Se trataba pues no de “salvar al partido” sino de llegar al poder. Y el poder le fue esquivo a Haya hasta el final. Lo que fue de su legado político a su muerte queda ilustrado por la sumisión del Apra de García a la Constitución fujimorista de 1993, repudiando la de 1979, que Haya elaboró, y que caracterizó como “una Constitución para el siglo XXI”.

¿INCONSECUENCIA O APRENDIZAJE DEMOCRÁTICO?

Dom, 29/11/2009 - 20:41

Por Martín Tanaka

El martes pasado Nelson Manrique tuvo la generosidad de responder a mi última columna, dedicada a su importante libro, ¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del APRA, que será presentado en la Feria del Libro mañana lunes a las 7 pm. Un libro como el de Manrique, así como su respuesta última plantea muchos temas de debate y conversación, imposibles de abordar aquí. Sí comento algunos asuntos que me parecen centrales y de interés para los lectores.

La respuesta de Manrique resalta, entre otras cosas, la tensión que enfrentó Haya al tener de un lado “bases radicales... que creían que el partido iba a hacer la revolución”, y del otro “una estrategia política basada en el juego electoral como el camino para llegar al poder, algo que se planteó tan tempranamente como en 1928...”. Esta apuesta por lo electoral, dice Manrique, se dio sistemáticamente, en 1945, 1956, 1962 y 1963. Haya trató de llegar al poder, y para ello creyó necesario pactar con la oligarquía.

Esta estrategia, que dejó de lado los postulados previos a 1928, son vistos negativamente por Manrique, de allí que concluya haciendo un símil entre la relación de Haya con la oligarquía y la “sumisión” de García a la Constitución de 1993, “repudiando” la de 1979.

Estoy de acuerdo con Manrique cuando dice que lo interesante es tratar de entender las tensiones que enfrentó Haya y cómo las resolvió; la cuestión es, nuevamente, desde qué ángulo evaluamos las cosas. Manrique parece querer resaltar los problemas resultantes del abandono de los ideales revolucionarios originales y la opción por un camino electoral. Me pregunto qué pasaría si pensamos lo mismo como un complejo, difícil y trunco proceso de desarrollo de una comunidad política democrática.

Vistas las cosas así, a pesar de que Haya desde 1945 sostuvo que no quería “quitarle la riqueza al que la tiene sino crearla para el que no la tiene”, no logró superar el veto de la oligarquía y los militares. Cuando finalmente se logró tener una arena política sin exclusiones en 1962 y 1963, ya el APRA había perdido posiciones en su flanco izquierdo; y cuando Haya pudo ser presidente en 1969, nuevamente una intervención militar lo impidió, aunque esta vez una dictadura de izquierda.

Si miramos la conducta de Haya no desde la inconsecuencia revolucionaria, sino a la luz de los procesos truncos de aparición de una comunidad democrática, la estrategia del APRA, de abandono de estrategias insurreccionales por vías electorales y búsqueda de acuerdos políticos con sus adversarios, no resulta negativa. Es más, la derechización del APRA permitió la aparición de otros partidos, como Acción Popular y las izquierdas. Los problemas aparecen en otras partes: en la apuesta autoritaria de la oligarquía, en la ausencia de partidos democráticos conservadores de masas, en la tradición militar golpista, en la falta de compromiso democrático en nuestras elites

HAYA, ENTRE LAS BALAS Y LOS VOTOS

Mar, 01/12/2009 - 20:54

Por Nelson Manrique

En un nuevo comentario, que agradezco, Martín Tanaka opone a mi juicio negativo sobre Haya de la Torre por el “abandono de los ideales revolucionarios originales” una evaluación positiva: “Si miramos la conducta de Haya no desde la inconsecuencia revolucionaria, sino a la luz de los procesos truncos de aparición de una comunidad democrática, la estrategia del APRA, de abandono de estrategias insurreccionales por vías electorales y búsqueda de acuerdos políticos con sus adversarios, no resulta negativa” (“¿Inconsecuencia o aprendizaje democrático?” LR, 29/11/2009).

Que yo reprochara a Haya su “inconsecuencia revolucionaria” tendría sentido si en algún momento la estrategia electoral y la insurreccional hubiesen sido para él excluyentes. Pero lo que muestro en mi libro es que desde 1928, cuando intentó lanzar su candidatura presidencial por primera vez, Haya consideró la vía electoral como la fundamental y las vías insurreccional y conspirativa como subordinadas. Esto es evidente, por ejemplo, en sus persistentes intentos de conseguir un “general amigo” que diera un golpe y luego convocara a elecciones que él debería ganar, o en su preferencia por las conspiraciones militares frente a los intentos insurreccionales de las bases apristas que él mismo promovía. Su discurso revolucionario respondió, primero, a la necesidad de mostrarse tan radical como Mariátegui, cuando ambos disputaban las bases para sus respectivos proyectos políticos, y –muerto Mariátegui– a la necesidad de administrar las expectativas revolucionarias de los anarquistas que se habían incorporado al Apra.

No hay pues una transición desde una visión insurreccional hacia una estrategia electoral que pueda calificarse de un “aprendizaje democrático”. Por otra parte, no considero reprochable optar por la vía electoral. Cuestiono eso sí la ética política del doble discurso –“la escopeta de dos cañones”–que cultivó Haya y cuyas consecuencias vivimos. Una política de alianzas debiera ser coherente con los objetivos que se quiere alcanzar. No creo que la alianza del Apra con la oligarquía fuera una fatalidad histórica. Hubo dirigentes apristas que rechazaron esta opción; Luis F. de las Casas propuso en 1956 apoyar a FBT (De las Casas, El sectario, Lima: CIC, 1981, p. 240). En 1962 él y Manuel Seoane propusieron aliarse con Belaunde en lugar de apoyar a Odría; “no existe ningún justificativo de entendimiento con el dictador que más persiguió al Partido”, escribió Seoane en un memo que envió al CEN del Apra el 26/9/62. Para De las Casas “por principio, estaba descartado el dictador castrense que asesinó a nuestros compañeros en la persecución iniciada el 27/10/48” (ídem, p. 249). Pero la dirección del Apra optó por la oligarquía y el resto es historia.

¿Apoyar a FBT contra la oligarquía habría mermado el apoyo electoral del Apra? Es dudoso. Haya, en una carta enviada el 12/4/55, antes de su alianza con la oligarquía, podía alardear ante LAS de que en elecciones libres el Apra tendría el 90% de los votos, y que él “podría ser elegido mañana mismo sin necesidad de que pronunciara un discurso” (Haya y Sánchez, Correspondencia. T. 2. Lima: Mosca Azul Eds., 1982, pp. 231-232). Pero en 1962 Haya ganó a FBT por apenas 14 mil votos y no alcanzó el tercio electoral que necesitaba para ser proclamado presidente. LAS –que era identificado como el derechista– pasó por la humillación de no conseguir ni siquiera los votos suficientes para ser elegido senador por Lima, mientras que Manuel Seoane –que era candidato a la vicepresidencia y era visto como el izquierdista– ganó a todos los candidatos presidenciales, incluido Haya, siendo el único que superó el tercio electoral. Haya tuvo que reconocer que “el Partido Aprista en el campo electoral ya no podría llamarse más ‘partido de las mayorías nacionales’” (Discurso de Haya en la Casa del Pueblo, 4/7/62). Un año después FBT lo derrotó sin atenuantes. El propio Haya terminó considerando un error su alianza con la oligarquía, en una entrevista que concedió a Julio Cotler en 1970, y lo atribuyó a un error de evaluación, que lo llevó a creer que la oligarquía era más fuerte de lo que en realidad terminó siendo (Clases, estado y nación en el Perú. Lima: IEP, 1978).

EL APRA DE MANRIQUE

Mié, 02/12/2009 - 20:55

Por Antonio Zapata

No pensaba participar del debate por la reciente publicación del libro de Nelson Manrique sobre el APRA. Mi experiencia indica que las relaciones suelen resentirse; como personalmente valoro excepcionalmente a Manrique había pensado no arriesgar ese vínculo. Pero, me ha sorprendido el tono excepcionalmente correcto y bien educado como se desarrolla la discusión con Martín Tanaka y entonces he decidido exponer mi parecer.

Pienso que es un libro importante, que ha de ser fundamental en los futuros estudios de historia política peruana. Pero, por otra parte, encuentro dificultades para aceptar el argumento que ata todo el texto. Me explico.

Una de las cualidades principales del libro de Manrique es la fina dialéctica entre el partido y su líder carismático. Pocos libros pretenden estudiar la historia completa del principal partido político peruano. Menos lo hacen en relación a la biografía de Haya. Manrique realiza conexiones imprescindibles, que son poco conocidas y nos ofrece un razonamiento contundente. Por otro lado, está muy bien escrito y la redacción es amena. El lector que lo emprende llega a su término sin haberse fatigado.

Sin embargo, como decía, encuentro que el argumento no es del todo convincente. Pienso que Manrique opone el libro fundamental de Haya, El antiimperialismo y el APRA, a la historia concreta del partido. En suma, el sujeto histórico que nos retrata Manrique aparece como la contradicción entre un mensaje inicial y una práctica posterior plagada de desviaciones.

Ante este argumento sólo caben dos posibilidades. La primera es que el autor esté férreamente de acuerdo con el libro inicial. Es decir, en este caso, que Manrique se mueva en el horizonte intelectual y político abierto por el libro del antiimperialismo de Haya y que esa sea la razón para su rechazo al movimiento práctico posterior. Esa ha sido la opinión de Javier Valle Riestra, quien ha sostenido que Manrique es aprista, puesto que participaría de la comunidad política fundada en el libro de Haya.

Pero, no me parece cierto. Lo conozco personalmente y sé que Manrique nunca ha sido aprista. Mi apreciación es más simple. En este caso, pienso que Manrique conocía la conclusión antes de comenzar el texto. Su sujeto de estudio no lo ha sorprendido ni tampoco le guarda la mínima empatía. Por ello, Manrique ya sabía que la historia concreta del APRA estaba plagada de virajes sin fin.

En su vida política, el autor ha enfrentado al tipo de movimiento que estaba estudiando. Al igual que yo, Manrique ha sido siempre militante de izquierda y su experiencia es la lucha y oposición contra el APRA derechizada de los 50 y 60. Es más, el epígrafe inicial resalta que su mismo padre fue uno de los fieles apristas desengañados.

De este modo, al conocer la historia concreta e interpretarla como un conjunto de traiciones, el ejercicio intelectual consiste en manejar el antiimperialismo como exégesis, que opone sus conceptos a la vida real del partido y su líder. La trayectoria vital del Haya de Manrique es una traición contra su libro juvenil. Como constructo intelectual, Manrique ha empleado el antiimperialismo como los protestantes usan la Biblia, contrastando sus enseñanzas morales con el comportamiento disoluto de la grey.

Por ello, el argumento es militante y combativo, permitiendo reforzar las convicciones izquierdistas. Pero, sólo se enfoca en los defectos del APRA; sin ofrecer una explicación de sus virtudes políticas. No las presenta y algunas habrá de tener, digo yo. Si no fuera así, ¿por qué se mantiene por 80 años como un partido de masas bien organizado, mientras nosotros permanecemos dispersos?

EL ANTIIMPERIALISMO Y EL APRA Y EL “AUTÉNTICO” HAYA

Mar, 08/12/2009 - 20:58

Por Nelson Manrique

Había decidido darme un respiro del debate suscitado por la publicación de mi libro ¡Usted fue aprista!, pero las declaraciones de Hugo Vallenas (LR, 6/12/09) me han hecho cambiar de opinión. Tengo la impresión de que Vallenas opina no sobre mi texto sino sobre la lectura que de él ha hecho Antonio Zapata (“El APRA de Manrique”, LR, 2/12/2009). En su comentario, Antonio Zapata asume que el argumento que ata todo mi texto es oponer el libro de Haya, El antiimperialismo y el APRA (en adelante EAA), a la historia concreta del Partido Aprista. La razón de este enfoque sería mi sesgo izquierdista: “Manrique conocía la conclusión antes de comenzar el texto. Su sujeto de estudio no lo ha sorprendido ni tampoco le guarda la mínima empatía. Por ello, Manrique ya sabía que la historia concreta del APRA estaba plagada de virajes sin fin”.

¿Es necesario ser izquierdista para reconocer que la historia del APRA está “plagada de virajes sin fin, o Zapata alberga dudas al respecto? Puede considerárseles “una traición” o un “signo de madurez”, pero los hechos están allí. Aparentemente me descalifica ser parcial, por lo que juzgo al Apra desde un mirador negativo. Con ese mismo argumento debería descalificarse a los apristas (por su sesgo positivo) a un historiador extranjero (que no sería indiferente ante las tomas de posición sobre el imperialismo), y hasta a Tony Zapata, a menos que él crea estar hablando desde ese Olimpo denominado la “neutralidad epistemológica”: desde la Ciencia, mientras mira cómo los demás se debaten en las tinieblas de la ideología. Esa precisamente es la posición más sublimemente ideológica.

Retomo la línea maestra de su crítica: “La trayectoria vital del Haya de Manrique es una traición contra su libro juvenil”. Supongo que Tony asume que considero que EAA representa al “auténtico” Haya, traicionado por su trayectoria vital posterior. Pero en mi texto muestro que este libro fue apenas un eslabón más dentro de una cadena de intentos de reescribir la historia. Haya llegó hasta a tratar de hacer creer que EAA había sido publicado en México, el año 1928. Lo afirma en Treinta años de aprismo y se aferró a esta versión hasta el fin de sus días. Pero no existe tal edición de 1928, como lo aclara el propio Haya en la “Nota Preliminar” de la primera edición de EAA (1936): “Este es un libro escrito hace siete años que solo ahora se publica” (p. 13). El texto fue entregado para su publicación recién el 25/12/1935.

¿Qué está en juego en estas fechas? 1928 fue el año de la polémica con Mariátegui, cuando ambos disputaban las bases para sus respectivos proyectos políticos. Entonces Haya, para mostrarse tan revolucionario como su rival, propuso la lucha a muerte contra el imperialismo. Aún en febrero de 1930 defendía esta posición: “Para nosotros, con Marx y con Lenin, el imperialismo es el capitalismo en su forma más moderna … y si nosotros no combatimos al imperialismo, entonces no combatimos al capitalismo, y si no combatimos al capitalismo, entonces no luchamos contra la explotación, y si no luchamos contra la explotación no tenemos derecho de llamarnos ni socialistas, ni comunistas, ni revolucionarios. El Apra es antiimperialista porque es anticapitalista” (Haya de la Torre, “Carta a la célula del Cusco”, 15/12/1930).

Pero Mariátegui murió dos meses después, en abril de 1930, y entonces la posición de Haya cambió. Sostuvo en adelante que el imperialismo tenía un “lado bueno” (traía capitales, tecnología y progreso) y un “lado malo” (oprimía y explotaba). No se trataba más de liquidarlo sino de negociar con él, aprovechando su lado “bueno” y neutralizando el “malo”; esa es la posición recogida en EAA. Retroceder la fecha de su publicación a 1928 hubiera permitido borrar las huellas de este cambio ideológico fundamental.

Tengo la impresión de que para Haya adoptar un lenguaje leninista –como en la carta citada– o proclamar su simpatía con los EEUU y explicar que no era un radical –como lo hizo confidencialmente ante el embajador norteamericano en Lima, Fred Morris Dearing– respondía más a qué consideraba que querían oír sus interlocutores que con la defensa de la autenticidad ideológica.
Confieso que estos hechos a mí sí me sorprendieron.

UNA POLÉMICA

Mar, 12/01/2010 - 21:14

Por Nelson Manrique

La publicación de mi libro “¡Usted fue aprista! Bases para una historia crítica del Apra” (PUCP-CLACSO 2009) ha provocado iras y entusiasmos, lo que no me sorprende. Pero sí me sorprende el espectro de reacciones que el texto ha suscitado, que van desde acres críticas de militantes apristas –recogidas en diversos blogs– y de Tony Zapata, hasta las de Javier Valle Riestra. Los apristas y Zapata consideran que soy antiaprista y que mi libro no reconoce ningún mérito a Haya de la Torre ni al Apra. Valle Riestra, por su parte, ha tenido la generosidad de calificar mi libro como “excelente” y ha llegado a la conclusión de que, en el fondo de mi corazón, soy aprista. Aunque, como JVR sabe, no soy ni nunca fui aprista, valoro especialmente su opinión, porque se trata de un hayista convicto y confeso y además protagonista de algunas de las coyunturas críticas que reconstruyo en mi libro.

Cuando un mismo libro puede provocar reacciones tan encontradas debe sospecharse que hay elementos que van más allá del texto –o que más bien son anteriores a él– que alimentan lecturas tan contrapuestas. Pre-juicios. De esta manera, el libro termina convirtiéndose en una especie de ecran, donde los lectores terminan proyectando imágenes que están más en sus ojos que en el texto mismo.

Se me acusa de no reconocerle ningún mérito a Haya ni al Apra, sin considerar que con relación al primero una y otra vez subrayo su carisma y gran capacidad como organizador, su extraordinario talento como ideólogo y político, su empuje en el trabajo, su ascetismo, su honradez y desapego con relación al dinero y los bienes materiales (véase la diferencia con sus seguidores), su gran valor, prácticamente demostrado al quedarse a conducir personalmente al Apra en la clandestinidad con riesgo de su propia vida, y más. Con relación al Apra, he testimoniado la mística a toda prueba de los apristas, su entrega a una militancia en que el partido se constituía en una familia alternativa, su integridad, disciplina y voluntad revolucionaria, su lealtad al jefe y el partido, etc. Es irónico que quienes han leído mi texto sin reparar en estos elementos me acusen de falta de objetividad.

Haya de la Torre corresponde a esa estirpe de personajes excepcionales que son excesivos tanto en sus virtudes como en sus defectos. Su retrato inevitablemente estaría incompleto si, junto con sus virtudes, no se registran sus grandes defectos. Ellos nos hacen humanos y la reacción de algunos apristas a las críticas a Haya pareciera provenir de la dificultad de pensarlo como un ser humano, grande en su acción y proyecciones, pero humano al fin.

Un problema importante que este debate ha suscitado es el relativo a la objetividad en la historia y las CCSS. Antonio Zapata (“El APRA de Manrique”, La República, 02/12/2009) considera que no soy objetivo por mi izquierdismo: mi falta de simpatía con Haya y el Apra. En un texto más reciente (“Denostar o aprender”, La República, 16/12/2009) Tony sugiere que se puede ser más objetivo si uno escoge un tema que no le suscite gran encono. Se trata de una propuesta discutible: el trotskista Isaac Deustcher ha hecho la más formidable biografía de Stalin y por cierto no era un admirador del dictador soviético. Eric Hobsbawm, el mayor historiador de la burguesía, no es, por cierto, alguien que la ame, y la lista podría seguir. Si la simpatía con aquello que se estudia fuera la condición para hacer una historia aceptable Haya estaría cubierto de obras maestras.

La objetividad, entendida como la neutralidad con relación a aquello que se estudia, es muy problemática con relación a las ciencias del hombre porque el sujeto investigador está contenido por el objeto que pretende estudiar: la sociedad. Este sujeto no puede pretender la distancia frente a su objeto como el biólogo que pone bajo su microscopio tejidos para estudiarlos. El historiador pretende estudiar la sociedad siendo hechura de ésta, desde el idioma que habla, la clase social a la que pertenece, la ideología que (consciente o inconscientemente) profesa, los prejuicios de los que está imbuido, etc. Quienes proclaman su neutralidad como investigadores simplemente testimonian su ingenuidad, al creer que pueden ponerse por encima de todos los determinantes sociales que les preexisten y, lo que es más importante, actúan más allá de su control consciente.

¿No es posible entonces la objetividad? La cuestión requiere más espacio. Volveré sobre el tema.

LA OBJETIVIDAD

Mar, 19/01/2010 - 21:07

Por Nelson Manrique

Existe una manera de abordar la objetividad en la investigación social que goza de una amplia aceptación. Esta consiste en declararse “neutral” frente a aquello que se estudia; así –según este razonamiento– los juicios que uno suscribe no serán distorsionados por sus simpatías o antipatías, por sus amores y odios. De aquí se desprende un corolario que guía la reflexión de numerosos investigadores: lo ideal es ubicarse en el justo medio.

Un primer problema de esta opción es que alimenta un pensamiento parasitario: quien escoge el término medio asigna una posición a las ideas existentes en plaza (radicales o conservadoras, progresistas o reaccionarias, etc.) para luego buscar ubicarse en una posición equidistante de ellas. Esta es una fórmula segura para la mediocridad: nos protege de cometer grandes errores, pero nos vacuna igualmente contra los grandes hallazgos.

El segundo problema, con mucho el más importante, es que la “neutralidad” en la investigación social es una ilusión. Como escribí en un artículo anterior, los seres humanos–incluidos por supuesto los investigadores sociales– somos producto de, y estamos contenidos en, la sociedad que pretendemos comprender. No somos pues un sujeto cognoscente situado fuera e independientemente del objeto que estudiamos sino somos su hechura. El idioma que hablamos, la identidad social que nos define (nacional, étnica, religiosa, de clase, etc.), las categorías con las que intentamos conocer el mundo, las ideologías, imaginarios, representaciones que adscribimos, etc., son hechos sociales que existen desde antes de nuestro nacimiento. Por otra parte, nacer en un hogar acomodado o en uno pobre, en la ciudad o el campo, dónde se estudia, tener por lengua materna el castellano, el quechua o el asháninka, etc., va a influir en la forma cómo vemos el mundo. A ello añadiremos nuestras propias experiencias y opciones.
¿Simpatizar con aquello que uno va a estudiar garantiza una buena investigación? No, si, por ejemplo, nos ciega ante las facetas de la realidad que no nos gustan, y esto vale igualmente si detestamos nuestro objeto de estudio. Lo esencial, creo (esto es una cuestión de temperamento), es que nuestro tema sea capaz de apasionarnos; pero esto, claro, es válido para toda empresa humana.

En nuestra forma de conocer, optar o decidir influyen muchos elementos que están por fuera de nuestro control consciente; ese es uno de los mayores hallazgos de las ciencias del hombre. Por eso es ilusorio pretender que por un acto de voluntad podemos ponernos por encima de las solidaridades sociales que hemos forjado, nuestros prejuicios, fobias y simpatías inconscientes, etc., para producir un conocimiento incontaminado. El escritor José Bergamín lo expresó en una frase muy aguda: “Si me hubieran hecho objeto sería objetivo, pero me hicieron sujeto (y soy subjetivo)”.

Por eso es ingenua la crítica de quienes creen decir algo muy profundo al atribuir errores al oponente explicándolos por su ideología, sin que se les ocurra que sus propias proposiciones tienen también un sustrato ideológico. El pensamiento más crudamente ideológico cree que la ideología distorsiona la percepción de los demás pero no la de uno mismo, porque uno piensa, limpiamente, “en científico”.

¿Es imposible entonces la objetividad? En las CCSS podemos hablar más bien de grados de objetividad, que pueden ser mayores en la medida en que seamos capaces de poner bajo control nuestros sesgos conscientes e inconscientes. La paradoja es que suele ser más objetivo quien es capaz de poner sus sesgos sobre la mesa en comparación con aquel que ingenuamente cree que no los tiene y que, al no reconocerlos, no puede controlarlos.

La ciencia, por otra parte, se construye en la confrontación de ideas y esta suele desarrollarse mejor cuando quienes participan en el debate son conscientes de sus sesgos y opciones ideológicas. Esa es la gran lección metodológica que brinda Mariátegui en la “Presentación” de sus 7 Ensayos… y que, obviamente, suscribo: “no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del socialismo peruano… Es todo lo que debo advertir lealmente al lector a la entrada de mi libro”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario