Para un aprista de nacimiento, que es muy locuaz y que irrumpió en la política como un vendaval, es sorprendente que Alan García intente ahora convertirse en una versión moderna del general Odría. Este último no solo no era para nada elocuente, sino que nunca se le conoció mayor ideología y, además, reprimió implacablemente al Apra, por lo que es extraño que sea ahora el modelo que García esté adoptando.
Pero no solo es el mechón a lo Tongolele, que parece salido de ese período; en los últimos meses el presidente se ha dedicado exclusivamente a publicitar que dejaría como herencia decenas de miles de obras al concluir su mandato.
Si bien entendemos que debe ser gratificante cortar una cinta o develar una placa al inicio de cada día, y ser aplaudido por su portátil de funcionarios partidarios, sin embargo, le quedan todavía dieciocho meses de gobierno, por lo que es preocupante que ya no exista ni siquiera un rezago de visión sobre la integración del Perú a la economía mundial o una luz de liderazgo sobre el rumbo hacia la modernidad. Solo parece importar la contabilidad de obras ejecutadas. Hasta está reconstruyendo, después de 55 años, las grandes unidades escolares, que son el recuerdo más visible de Odría.
Por otro lado, si bien los requerimientos en infraestructura son enormes, el riesgo con la obsesión por ejecutar inversión a como dé lugar es que la calidad del gasto no sea adecuado. Asimismo, con el apuro por contratar antes de que termine el mandato, empiezan a ser más frecuentes las denuncias acerca de sobrecostos en las contrataciones del Estado. Finalmente, si un gobierno no cuenta con un programa integral para mejorar el funcionamiento estatal, termina construyendo colegios, pero los profesores son casi analfabetos, u hospitales, donde dejan morir a niños esperando horas para ser atendidos o le amputan la pierna equivocada al enfermo.
También es probable que la tendencia retro del ochenio se termine filtrando a la próxima campaña presidencial. Liderando las encuestas se encuentra el alcalde de Lima, quien es no solo el delfín de García, sino también el más conocido exponente de la corriente política de “obras son amores, no me pidas ideas, cuentas ni explicaciones”. En realidad Castañeda parece que fuera el hijo de Odría.
Pero basta ver lo ocurrido en Lima los últimos siete años para darse cuenta del riesgo de una gestión limitada a la ejecución de obras. En lo positivo nos hemos llenado de escaleras y se estaría finalmente por concluir el Metropolitano. Pero, al mismo tiempo, la inseguridad ciudadana ha llegado a niveles asfixiantes, en el trafico nunca ha existido más caos y los desperdicios de una ciudad de 8 millones de habitantes siguen siendo arrojados a rellenos sanitarios que no son otra cosa que monumentales basurales.
Es por ello fundamental fomentar que se presenten candidatos con propuestas integrales y que se debatan ideas innovadoras que nos lleven hacia la modernidad, no podemos ser tan poco ambiciosos de contentarnos con escoger al menos malo cada cinco años.

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