Amenazas, presiones y juego de influencias
INDIA Y PAKISTÁN MIDEN FUERZAS EN AFGANISTÁN
Los atentados terroristas perpetrados en Bombay en noviembre de 2008 recrudecieron las tensiones entre India y Pakistán, incrementadas en los últimos tiempos por los intereses estratégicos de Nueva Delhi e Islamabad en Afganistán. Estados Unidos, guiado por sus objetivos de política exterior en el caos afgano, intenta mediar entre ambos países.
Autor: por Isabelle Saint-Mézard
Investigadora, especialista en cuestiones de seguridad en Asia meridional; docente en el Institut d’études politiques de París y en el Institut national des langues et civilisations orientales (Inalco). Acaba de publicar “Inde et les régionalismes en Asie”, en Jean-Luc Racine, L’Inde et l’Asie, edición del CNRS, París, 2009.
Traducción: Mariana Saúl
La rivalidad histórica que enfrenta a India y Pakistán desde la partición de 1947 –cuyo escenario principal fue hasta ahora Cachemira– hoy se extiende hasta Afganistán. La lucha entre ambos vecinos parece reducirse a un juego de suma cero en el que las ganancias obtenidas por uno se traducen necesariamente en pérdidas para el otro. Últimamente, esa lucha entró en una fase más violenta. Es cierto que ambos países siempre tuvieron enormes dificultades para comunicarse, pero a partir de 2004 habían logrado entablar un diálogo.
Los laboriosos portavoces no sobrevivieron a los atentados terroristas ocurridos en Bombay el 26 de noviembre de 2008 (1): India estableció rápidamente que el ataque había sido organizado por Lashkar-e-Taiba (LeT), un movimiento extremista con base en Pakistán y conocido por sus vínculos estrechos con sus servicios de inteligencia (el Inter Service Intelligence, ISI). Aunque el gobierno indio renunció a golpes “quirúrgicos” en los campamentos del LeT, fijó como condición previa a cualquier reanudación del diálogo el arresto de los jefes históricos de la organización y su remisión a la Justicia. Aunque el 27 de noviembre último siete dirigentes fueron acusados por las autoridades paquistaníes, Hafiz Mohammed Saeed, considerado por Washington y Nueva Delhi como el cerebro de los atentados, sigue en libertad.
Juegos de suma cero
La política paquistaní actual hacia Kabul no es nueva. Quienes toman las decisiones –en particular, la alta jerarquía militar– siempre consideraron de vital importancia para la seguridad del país un régimen afgano favorable a sus intereses. A la inversa, su mayor temor es verlo caer en la órbita india. Pakistán se hallaría entonces en la peor situación estratégica, puesto que estaría atenazado por dos vecinos hostiles por ambos flancos, tanto por el este como por el oeste. Así pues, fue un reflejo cuasi existencial lo que llevó a los dirigentes a tratar de interferir en la política afgana apoyando, desde los años de la yihad antisoviética, las facciones muyahidines más radicales y luego al régimen talibán, hasta su caída en 2001.
Hoy –y a pesar de la intervención militar internacional–, Pakistán mantiene vínculos con todas las partes involucradas en la crisis, incluso y sobre todo con los talibanes afganos, a quienes todavía considera su carta maestra. Y con mayor testarudez en la medida en que están convencidos de que el peor panorama posible –un ascenso del poder indio– está a punto de hacerse realidad.
Es cierto que India se benefició ampliamente con la caída del régimen del Mulá Omar para volver a establecerse en Afganistán. Nueva Delhi siempre dio muestras de una hostilidad visceral hacia los tailbanes –considerados criaturas del ISI–, al punto de apoyar la resistencia de la Alianza del Norte, dirigida por el comandante Ahmad Chah Massoud en los años noventa. Para India, el período talibán representaba una anomalía histórica; a menudo los discursos oficiales indios recuerdan, con cierto lirismo, los vínculos ancestrales entre ambas naciones y se apoyan en el patrimonio budista para dar cuenta de sus afinidades culturales e históricas. Así pues, Nueva Delhi siempre consideró a Afganistán un vecino inmediato, a pesar de la ausencia de una frontera común.
A partir de 2002, India participó activamente de los esfuerzos internacionales para apoyar la instalación de un nuevo régimen que supuestamente debía guiar al país por el camino de la democratización y la moderación. Así fue como llegó al sexto puesto como donante internacional (2) con una promesa de asistencia de 1.200 millones de dólares, en particular en los ámbitos de infraestructura, salud y educación (3). Estableció no menos de cuatro consulados en Herat, Mazari Sharif, Jalalabad y Kandahar, convertidos en la obsesión de los paquistaníes, que ven en ellos una base logística de los servicios de inteligencia indios para, entre otras cosas, llevar a cabo acciones de desestabilización del lado paquistaní, en particular en Baluchistán.
Así, la dinámica reinante en las relaciones del triángulo Afganistán-Pakistán-India se invirtió durante los años 2000. Los vínculos entre Kabul y Nueva Delhi se estrecharon claramente. Sobre todo porque Hamid Karzai, el hombre a la cabeza del nuevo régimen afgano, tiene afinidades personales con India, donde realizó parte de sus estudios. Por el contrario, las nuevas autoridades de Kabul empezaron a sentir a partir de 2006 una mayor desconfianza hacia su vecino paquistaní, a cuyos militares acusan de proteger la retaguardia de los rebeldes talibanes.
El cambio de régimen en Pakistán, con la partida del general Parvez Musharraf y el retorno de los civiles al poder en 2008, no cambió el panorama de modo significativo. Por cierto, el presidente Asif Ali Zardari dio muestras de voluntad de mejorar las relaciones con su vecino, pero no tuvo ningún poder para cambiar nada de fondo: el caso afgano sigue siendo un coto privado del aparato militar paquistaní, convencido de la amenaza india en Afganistán.
Ayudas tentadoras e injerencias
En ese contexto general de deterioro de la seguridad en Afganistán, los residentes indios que allí viven –entre 3.000 y 4.000 personas– han sido objeto de ataques dirigidos desde 2006. De manera más sintomática aun, la embajada india en Kabul sufrió dos atentados terroristas de envergadura (el de julio de 2008 habría implicado, según los servicios de inteligencia indio y estadounidense, a miembros del aparato estatal paquistaní
. Para proteger a sus residentes, Nueva Delhi desplegó fuerzas paramilitares, reforzando aun más la desconfianza paquistaní.

Desde el comienzo de la intervención en Afganistán, Estados Unidos comprendió que Pakistán desempeñaba un papel clave en la resolución de la crisis. Islamabad proveyó esfuerzos importantes para debilitar a la red Al Qaeda; en cambio, resistió cualquier pedido de ataque a las bases talibanas afganas instaladas en su territorio. Después, a medida que la inestabilidad afgana fue ganando importancia, las relaciones entre Washington e Islamabad se convirtieron en una pulseada: las tentadoras promesas de ayuda fueron cíclicamente dejando lugar a intensas presiones, lo cual siempre fue mal visto por los paquistaníes, quienes opinan, no sin razón, que ya han pagado un caro tributo a la “guerra contra el terrorismo”. Durante estos últimos años, su ejército llevó a cabo duras campañas contra la nebulosa extremista en las zonas tribales; acaba de terminar una gran ofensiva en Waziristán del Sur, el feudo de los talibanes paquistaníes. Como represalia, los guerrilleros multiplicaron los atentados suicidas en todo el territorio e hicieron caer el país en una creciente inseguridad.
Con la intención de romper los mecanismos de la desconfianza indo-paquistaní, Estados Unidos intentó mediar en el conflicto de Cachemira, albergando la esperanza de engatusar a las autoridades político-militares en Islamabad. Según los partidarios de esta iniciativa, si se atacaran las fuentes de esa rivalidad ancestral –es decir, si se apaciguara el conflicto de Cachemira–, sería posible tranquilizar a Pakistán, y con ello obtener de él más cooperación en el caso afgano (4). Así, antes de ser nombrado representante especial de Estados Unidos para Afganistán y Pakistán, Richard Holbrooke tenía la esperanza de que su mandato incluyera también a India y Cachemira.
La perspectiva de que se nombrara un mediador estadounidense no solamente para la región “Af-Pak”, sino también para Cachemira, hizo reaccionar a la diplomacia india. De inmediato, esta última accionó los poderosos resortes políticos que su estatus de “socio estratégico” de Estados Unidos le confería. Holbrooke vio su mandato reducido “únicamente” a Afganistán y Pakistán. Nueva Delhi no dejó de sentir cierta amargura al ver cómo los estadounidenses consentían tan fácilmente las reivindicaciones paquistaníes de mediación internacional: sobre Cachemira, los indios no conciben un modo de negociaciones que no sea bilateral.
Inútil señalar que, en ese contexto de tensión, los comentarios del general Stanley McChrystal, comandante de las fuerzas estadounidenses y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en Afganistán, fueron mal recibidas en Nueva Delhi. En su informe confidencial para el presidente Barack Obama, el general escribió: “La influencia política y económica de India en Afganistán va en aumento (...). Si bien las actividades indias benefician en gran medida al pueblo afgano, [dicha] influencia probablemente exacerbe las tensiones regionales”.
Relaciones entre Washington y Nueva Delhi
En el fondo, los indios nunca entendieron ni admitieron la decisión de Washington de atribuir a Pakistán el estatus de “socio clave” en la lucha contra el terrorismo. En su opinión, Estados Unidos peca de falta de firmeza. Peor aún: no procura los medios para tener éxito en Afganistán, pues no ataca la raíz del problema, que se halla del lado paquistaní.
El malentendido, sin embargo, parece haberse atenuado desde la visita del primer ministro Manmohan Singh a Washington, del 22 al 24 de noviembre de 2009. El comunicado común señala que ambas partes “reiteraron un interés compartido a favor de la estabilidad, el desarrollo y la independencia de Afganistán, así como de la desarticulación de los santuarios terroristas en Pakistán y en Afganistán. El presidente Obama se mostró satisfecho con el papel de India en los esfuerzos de reconstrucción y refacción en Afganistán” (5). Los indios volvieron a encontrar serenidad. Sobre todo porque Obama le escribió al presidente Zardari para exigirle que “Pakistán aumente sus acciones en la lucha contra todos los movimientos terroristas: Al Qaeda, la red Haqqani, los talibanes afganos, los talibanes paquistaníes, Lashkar-e-Taiba” (6). La considerable ayuda estadounidense prevista para el proyecto de ley Kerry-Lugar (más de mil millones de dólares por un período de cinco años) podrían volverse condicionales.
No obstante, Zardari tendrá dificultades para responder a las exigencias de Washington, pues parece encontrarse en una situación cada vez más débil en su propio país. La corte suprema invalidó la amnistía general resuelta en 2007 que beneficiaba a las personalidades acusadas de corrupción, incluido él mismo. Es cierto que su cargo de presidente lo protege, pero muchos de sus ministros –el de Defensa y el del Interior– están en el banquillo. Sus márgenes de maniobra político y militar se ven cada vez más disminuidos. En la práctica, probablemente sea el ejército quien decida honrar –o no– las demandas estadounidenses.
Hay al menos un punto de convergencia entre Pakistán e India: un escepticismo común sobre las posibilidades de éxito de la coalición internacional en Afganistán. Obviamente, ambos vecinos extraen de ello conclusiones radicalmente opuestas. Convencido de que los Aliados desharán su compromiso tarde o temprano, Islamabad no cuenta la lucha contra las facciones talibanas que, a mediano plazo podrían volver a ascender del lado afgano, entre sus intereses. Por otra parte, milita por la apertura de las negociaciones entre las autoridades afganas y sus facciones, intentando posicionarse como mediador indispensable. La apuesta consiste en ubicarse en una posición influyente –desde adentro y desde muy temprano– sobre un eventual proceso de negociación.
Por su parte, India teme las consecuencias de una progresiva liberación del compromiso, que dejaría un Afganistán aun más frágil y abierto a todas las interferencias, sobre todo a las de Pakistán. Los indios no dudan de que, según esta hipótesis, los servicios de inteligencia paquistaníes aprovecharían el caos para reactivar los antiguos campos de entrenamiento para militantes terroristas, que no tardarían en tomarlos como objetivo (7). Además, Nueva Delhi sigue siendo muy reticente a la idea de una reconciliación de las fuerzas afganas, que podría implicar discusiones con algunos militantes talibanes.
Más allá de la crisis afgana, India está preocupada por la creciente inestabilidad que padece Pakistán (8). La sensación dominante es que los servicios paquistaníes estuvieron jugando al aprendiz de brujo durante mucho tiempo, manipulando a los grupos fundamentalistas armados, y que el monstruo que así crearon escapa cada vez más ampliamente a su control. Muchos indios dudan de la capacidad del Estado paquistaní para invertir la tendencia. Los más pesimistas ya imaginan un agravamiento de la situación en Afganistán, que, combinada con la creciente fragilización de Pakistán, crearía un foco de crisis incontrolable en las mismas puertas de India.
Ello no le impide al gobierno indio defender sus intereses en Afganistán, apostando por el mediano y el largo plazo. No pierde las esperanzas de, un día, ganar acceso privilegiado en Asia central por la vía afgana y, en particular, penetrar en Kazajstán y en Turkmenistán, ricos en recursos energéticos, para sortear el obstáculo paquistaní... ahora y siempre.
1 Graham Usher, “Pakistán enfrenta a los terroristas”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, enero de 2009.
2 Sarah Davison, “La mirada estratégica de Pekín”, Informe-Dipló, Le Monde diplomatique, Buenos Aires, 10-12-09.
3 “India befriends Afghanistan, pledging $1.2 billion in aid”, The Wall Street Journal, Nueva York, 19-8-09.
4 Barnett R. Rubin y Ahmed Rashid, “From Great Game to Grand Bargain”, Foreign Affairs, Nueva York, noviembre-diciembre de 2008.
5 “India and the United States: Partnership for a better world”, Ministerio de Relaciones Exteriores, Nueva Delhi, 24-11-09.
6 Karen De Young, “US offers new role for Pakistan”, The Washington Post, Washington, 30-11-09.
7 Harsh V. Pant, “Getting Afghanistan right”, Outlook Magazine India, Nueva Delhi, 19-8-09.
8 Ver, por ejemplo, los números especiales “Pakistan needs a MacArthur”, Pragati. The Indian National Interest Review, N° 23, febrero de 2009, o “Spinning out of control”, Frontline Magazine, N° 6, Nueva Delhi, 14/27-3-09.
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