Por Jorge Bruce
En un episodio digno del juez Roy Bean –el magistrado armado del far west en la película de John Huston– el fotógrafo Carlos Saavedra de Caretas fue encañonado por el juez Rosales, cuestionado por su pedido de reposición de Javier Ríos, el amigo de Mantilla, de quien se dice que estaría detrás de la insólita desaprobación del fiscal Guillén, mientras que el presidente de la Corte Superior del Callao, Hinostroza Pariachi, no muy destacado en el rubro de publicaciones jurídicas, según me informan, obtuvo el máximo histórico de 100 puntos (nadie había obtenido jamás esa puntuación; el juez San Martín, el del impecable juicio a Fujimori, obtuvo 74). Si alguien ve en esta telaraña judicial una teoría de la conspiración, habría que responderle que la paranoia existe pero la corrupción también. Y que ambas funcionan con patrones similares.
Una de las preguntas que cabe hacerse es por qué están proliferando estos casos de manera tan burda, como el del licenciado en enfermería Efraín Anaya, miembro del CNM, a quien se le descubrió pidiendo un soborno a Tomás Gálvez, funcionario del Ministerio Público, a cambio de favorecerlo en el concurso para nombrar a tres fiscales supremos. Incluso acá sorprende.
De modo que lo del juez pistolero no es más que otra perla en un collar de iniquidades, en un Poder que debería empuñar la balanza y no la pistola.
Más asombrosas son sus explicaciones. Dice que se sintió amenazado y que por eso blandió su arma. No hay que ser Cal Lightman, el experto en mentiras de la serie Lie to Me, para analizar la expresión de su rostro. Lejos de transmitir susto o zozobra, muestra hostilidad y voluntad de amedrentamiento. El que sí se debe haber asustado es Saavedra, aunque sea un curtido gráfico, el mismo que logró la histórica instantánea de Montesinos. Porque la pétrea mirada de Rosales tiene esa inexpresividad deshumanizada –observen la línea apretada de los labios, la posición adelantada del mentón y el dedo en el gatillo– propia del desapego psicopático omnipotente. Como diciendo: “¿Me apuntas con tu camarita a mí? Entonces mira la 9 mm con la que yo te apunto a ti, insecto”. Mientras De Niro en Taxi Driver lo hacía como bravata compensatoria frente al espejo, Rosales quiere intimidar a un hombre de prensa para mantenerlo lejos de sus manejos turbios (alguien comentó en el Twitter: “Ese juez parece marca”). Mala suerte, en sus gafas a lo Tony Soprano se refleja la esmirriada imagen de Saavedra con su pequeña cámara digital.
La respuesta a la pregunta de por qué la podredumbre está saltando tan seguido puede ser la de la navaja de Ockham, a saber la más simple: les queda poco tiempo. Antes que este Gobierno concluya, es preciso dejar un sistema judicial de confianza, unos medios amordazados y unas ONG aherrojadas por APCI (vean el comunicado emitido por un conjunto de organizaciones críticas del régimen). Pero la prisa los está volviendo descuidados y codiciosos. Por eso es tiempo de señalar todo lo que asome desde la cloaca, aunque en ocasiones, como le pasó a Saavedra, haya que actuar “pálidos pero serenos”, evocando la memorable carátula con la que Caretas regresó de una clausura.
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