Por Juan de la Puente
Diez años demoró el cambio de la trascendencia política de las FFAA, que se asomaron al año 2001 cuestionadas por su papel durante el régimen de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos, pero que llegan al 2010 con un poderoso y exitoso lobby parlamentario, diarios casi orgánicos a sus demandas, líderes de opinión dispuestos a la batalla en su nombre y una opinión pública crecientemente dispuesta a respaldar el aumento del gasto militar. La crisis del bono militar policial, mal manejada por el gobierno, los ha convertido en aliados de la policía, un estamento al que tradicionalmente miran con displicencia, incrementando la cuota de solidaridad ciudadana por sus bajos salarios. Más no se puede pedir.
Diciendo siempre las cosas por su nombre, vivimos un período en el que se incrementa la relevancia política de las FFAA. Se hace política para los cuarteles y, a ojos vista, desde los cuarteles. En este proceso el APRA ha sido primero actor y luego víctima, con el obvio resultado de las últimas semanas: el innecesario debilitamiento del gobierno por las amenazas de un paro militar policial y por las constantes marchas y contramarchas –con banda y música militar– en el tema salarial. Es muy malo para todos, incluida la oposición, que un gobierno aparezca desairando a los uniformados.
La política militar se está trocando rápidamente en política militarista. El matiz entre estos términos no es gratuito. Inicialmente fue un esfuerzo muy publicitado por atender demandas como las leyes del empleo de la fuerza, del régimen disciplinario y de ascensos. En el proceso se avanzó temerariamente aprobando a gusto del mando militar la inconstitucional Ley 29182 del Fuero Militar Policial. Entonces, el lobby militar, con fuerte presencia de medios y de parlamentarios, logró que el TC validara esta norma modificando su propia jurisprudencia, arguyendo el cambio de los tiempos. Luego vino la resistencia uniformada al Museo de la Memoria y la tolerancia oficial a su decisión de construir su propio monumento.
Hemos arribado a que la política militarista actual ya no es partidaria, exclusivamente; también se origina en los cuarteles y en los intereses económicos ligados al gasto militar. La relación con las FFAA es ya una variable electoral y aunque no se puede estimar el saldo de este proceso, un refrán parece pertinente: a caballo comedor, cabestro corto.
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