Por Ramiro Escobar
En la acariciante playa de Cancún (Caribe mexicano) tiene lugar desde ayer, 22 de febrero, la XXIII Cumbre del Grupo de Río (mecanismo de consulta y concertación). Podría ser un encuentro más, pero esta vez ha sido bautizada, afanosamente, como ‘Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe’.
El propósito sería crear un nuevo organismo regional, para todo el barrio, desde el río Grande hasta la Patagonia, sin Estados Unidos y Canadá. La idea es vieja, solo que, en este momento, está alentada por la ebullición de corrientes políticas diversas, algunas de las cuales al menos se atreven a hablar del tema.
¿Se producirá el alumbramiento? Óscar Arias, mandatario saliente de Costa Rica, ha hecho una confesión sincera, en tono de profecía autocumplida: “no vamos a obtener nada porque estamos divididos”. O sea, todo es floro porque ahí están las peleas entre Colombia y Ecuador y otros pleitos.
Por el lado bolivariano, más bien, ya se puso en escena la impronta tropical del ‘Comandante’ (Chávez) contra el imperialismo, secundado por Evo Morales. Faltan las declaraciones de Sebastián Piñera para que perro, pericote y gato hagan su coro en Cancún. No todo, sin embargo, es tan teatral.
Álvaro Uribe se reunirá con Rafael Correa, lo que sugiere ánimos de distensión, y Argentina pondrá sobre la mesa el tema de las Malvinas. Esos dos asuntos, por ejemplo, pueden dar la medida de qué tan conveniente es una organización sin tutelas, sin pesos políticos aplastantes, como suele ser la OEA.
Chávez y Morales no desvarían cuando señalan la historia controvertida de dicho organismo. La pregunta es si tiene sentido agitar las tribunas en vez de, con madurez y consenso, buscar un espacio que realmente represente a la región. Ningún ‘Comandante’ tiene por qué ser el padre de la criatura.
Y hay otro asunto que resolver: ¿qué se hace con las instancias ya existentes, como la CAN, el MERCOSUR y UNASUR? ¿Cómo se les da coherencia? Los más de 30 presidentes ahí reunidos deben disipar esta madeja y evitar que Cancún haga honor a su nombre, pues en lengua maya significa ‘nido de serpientes’.
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