jueves, 11 de febrero de 2010

Sopa de letras


Por Diego García-Sayán
Si el apellido del “zar” antidrogas de Obama –Kerlikowske– suena complicado, la verdadera sopa de letras es si podrá empujar una alternativa a la fracasada “guerra contra las drogas”. En la que no cree nadie, ni el propio “zar”, ex jefe de policía de Seattle.
Si la tal “guerra” existió, es claro que ganaron las drogas y que hay que pasar a otra cosa. El informe que suscribimos hace un año junto con otros 16 latinoamericanos, convocados por el ex presidente del Brasil Fernando Cardoso, puso en blanco y negro lo que todos  –o casi todos– ya sabíamos: el enfrentamiento al narcotráfico basado en la represión no ha funcionado. No solo seguimos siendo el mayor exportador mundial de cocaína y marihuana, sino que el consumo ha aumentado exponencialmente en la región. Y la violencia del crimen organizado ha adquirido ribetes y dimensiones que hacen aparecer a Pablo Escobar y Al Capone como la madre Teresa.
El “nuevo paradigma” no pretende ser un nuevo decálogo. Señala los lineamientos fundamentales para reorientar las políticas antidrogas, poniendo énfasis en el enfoque preventivo y de salud pública y proponiendo concentrar la capacidad represiva del Estado en el crimen organizado, sin distraerla en adictos o microcomercializadores. Ideas fuerza que no son la reinvención de la rueda pero sí fijan un derrotero para reorientar las cosas. ¿Es posible un cambio de rumbo? Una dificultad real es el divorcio entre las decisiones políticas y el contenido de los análisis y conclusiones a las que llegan los expertos. Eso ocurre en EE.UU. y A. Latina por igual. Las inercias, los prejuicios y la ideologización siguen pesando más en el curso de las decisiones y de los escasos debates políticos.
Las reflexiones autocríticas del “zar” Kerlikowske no se reflejan en decisiones de política gubernamental y, mucho menos, del Congreso. Aunque las palabras ya no se usan, sigue mandando la inercia de la “guerra contra las drogas”. Por razones obvias, además, las prioridades de la administración están en otros asuntos. Acaso la dinámica en curso en ciertos Estados en los que se debate abiertamente sobre la prioridad de las medidas de salud pública y de la descriminalización de ciertas drogas (que no es lo mismo que “legalizar”), pueda ir generando gradualmente una influencia.
Latinoamérica, por su lado, aparece pasmada e impotente frente a la dimensión del negocio de la droga y, especialmente, frente a su mortífera capacidad de fuego. Poco se debate y analiza sin retórica y con realismo en el plano político. La fragmentación de la región hace que hoy en día suenen como lejana utopía las embrionarias coordinaciones andinas de hace 20 años. Cerrar la brecha entre las constataciones de los analistas y las decisiones políticas es indispensable para empezar a marchar en un rumbo diferente.

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