Por Mirko Lauer
Alan García aterrizó esta semana en un Chile político atareado por la secuela del terremoto y las vísperas del cambio de mando. Los vecinos esperaban su visita, pero quizás no tan temprano, no tan dispuesta a reanudar los buenos lazos bilaterales. En Lima la iniciativa levantó algunas cejas, pero a la postre la solidaridad en la desgracia se impuso.
Más allá de la mano extendida, ¿cuál fue su cálculo? Tal vez que si bien el momento era algo inoportuno, pues había otras tareas en la agenda, el gesto sería un gran signo positivo en un momento en que Chile los precisa. El gobierno chileno acababa de comunicar al mundo algunas necesidades concretas.
Además el Perú, que comparte con Chile el flagelo de los terremotos y recibió su pronta ayuda en el más reciente de Pisco 2007, estaba llamado a tener una reacción especial. La cual de paso transmite el mensaje que la demanda en La Haya no ha sido en absoluto un acto inamistoso, como lo han llamado algunos en Santiago.
Michelle Bachelet recibió bien el gesto político, que con un poco de buena voluntad puede ser leído como que ella entrega a su sucesor una relación bilateral recompuesta. Ya había expresado en privado un deseo de que García no dejara de asistir a la transmisión de mando este jueves. A su retorno a Lima García finalmente anunció que llegará.
Quizás con el ambiente cargado que venían arrastrando las relaciones bilaterales, García hubiera encontrado alguna manera de excusarse. Quizás ya la estaba buscando. La buena acogida al primer viaje lo coloca de plano en esa transmisión de mando, y en la posibilidad de que los dos países se den nuevas oportunidades de llevar la fiesta en calma.
Un contexto de las dos visitas a Santiago es un García poco afecto a los cónclaves presidenciales de esta época. Se excusó de asistir a la reciente renovación del mando en Bolivia, y al cambio de mando en Uruguay, para citar dos casos recientes, y se van sumando las cumbres a las que no asiste, acaso por encontrarlas improductivas, y de pronto hasta sembradas de zancadillas ideológicas.
¿Podrá mantenerse el buen clima bilateral que surja de estas dos visitas? Quizás no para siempre. Digamos que ellas van a dar oxígeno, pero no van a borrar algunos factores de tensión: el debate compra de armas vs antiarmamentismo, el avance del juicio en La Haya, el atizamiento de diferencias por parte de la oposición política en cada uno de los países.
Un efecto, no por lateral menos importante, de este viaje de García ha sido expresar solidaridad activa también con los peruanos damnificados en Chile. Lo cual seguramente les hará la vida más llevadera en este predicamento. Después de todo, las relaciones no son solo entre presidentes, sino sobre todo entre inmensas cantidades de personas en los dos países.
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