Por Mirko Lauer
Un par de encuestas preelectorales sugiere que la corrupción como tema de definición política podría llegar a tener una segunda oportunidad. Se lo debemos a Lourdes Flores, quien ha rayado la cancha en términos de honestidad vs corrupción. Su rival tácitamente ha respondido que los términos son más bien honestidad vs eficiencia.
Diez años de debate no han aclarado del todo los términos de la cuestión. La opinión cerradamente contraria a la corrupción sigue mayoritaria, pero una porción importante de la opinión pública la considera asunto secundario. Por ejemplo como algo serio en aquellos de quienes discrepamos, pero venial en aquellos con quienes simpatizamos.
Un problema para definir la cuestión es que hay tantos casos de corrupción antigua y nueva dando vueltas que la manera más cómoda de abordarla es relativizándola. Actitud que termina confundiéndose con el realismo político. Sin embargo los triunfos electorales de candidatos directamente asociados con la corrupción de los años 90 han sido muy pocos.
Quizás lo que más oxígeno le da a la corrupción es la cantidad de figuras de alto perfil vinculadas a ella que circulan sin mayor problema o sanción social, como avisos ambulantes que es posible sacarle la vuelta a la ley. Esto produce un efecto de demostración: hay casos en que el delito sí paga, o por lo menos cuesta poco.
El caso del ex broadcaster José Enrique Crousillat es emblemático: indultado con ánimo humanitario por su mala salud, se ha dedicado a pasear orondo por los centros de veraneo billetudo, no da señales de estar dispuesto a pagar la reparación civil que le fue impuesta, y a través de su abogado se dedica a acusar de corrupción a otras personas.
Como los medios también son una maquinaria para celebrar el éxito y condenar el fracaso, la gente no se fija tanto en qué ha cometido una persona, sino en cómo le va en tiempo real. Además es cierto que el argumento de la corrupción ha sido sobreutilizado por todas las partes de la polémica política, lo cual ha ayudado a debilitarlo.
A la luz de lo anterior, ¿puede el gambito anticorrupción de Flores ayudarla a ganar la alcaldía? Solo si viene claramente unido a una clara propuesta de buen manejo administrativo del municipio. No olvidemos que aspira a suceder a dos alcaldes reputados por su eficiente manejo de la comuna de Lima, y compite con uno reconocido como buen gestor.
Pero el manejo del tema de la corrupción es crucial, en la medida que resonará en las elecciones generales del 2011. Allí la candidata del fujimontesinismo carece de prestigio administrativo alguno, y de toda experiencia de trabajo en el Estado. Además, en una democracia el ánimo dinástico siempre tiene un sabor de manejo indebido del poder.
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