Por Alberto Adrianzén (*)
El 23 de mayo de 1923 fue, acaso, uno de los días más importantes en la vida de Víctor Raúl Haya de la Torre. Ese día, Haya, con la presencia de obreros y estudiantes sanmarquinos, encabezó una protesta en Lima que impidió la consagración del Perú al Corazón de Jesús tal como querían el arzobispo Emilio Lisson y el dictador Augusto Leguía. Su participación en esa protesta, al igual que en la lucha por las ocho horas y la reforma universitaria años antes, fue clave para construir lo que más tarde sería un liderazgo indiscutible y, después, el partido más importante y masivo del siglo pasado.
Fue el propio Haya de la Torre, ese mismo 23 de mayo en el patio de San Marcos, quien presentó la moción de rechazo a tal medida. En aquella oportunidad dijo: “se intenta una consagración oficial, cercenando la libertad de pensamiento, burlándose de la conciencia nacional”. También se dice que durante la manifestación en la Plaza San Martín y rodeado por la policía Haya les gritó: “No son ustedes responsables de la medida de terror que ha masacrado a nuestros compañeros. El culpable es el sombrío tirano que se esconde allí” (se refería a Leguía). Al día siguiente, y luego de pasear por la calles de Lima el cadáver del estudiante Manuel Alarcón asesinado en estas protestas (murieron, además, un obrero y tres policías), Haya de la Torre pronunció aquel famoso y legendario discurso que lleva por título “El quinto no matar”. Como consecuencia de todo ello, Haya de la Torre fue deportado, acusado de masón y declarado enemigo de la Iglesia.
Este hecho, como sabemos, fue uno de los factores más importantes que explica la rivalidad entre el APRA y la Iglesia Católica. En una página web de católicos fundamentalistas (www.connuestroperu.com) puede encontrarse un artículo titulado: “El ‘anticristo’ del 23 de mayo de 1923” que afirma que Haya de la Torre sería uno de los más grandes adoradores de Lucifer.
Décadas después la historia se repite pero en sentido contrario. Los que antes fueron enemigos jurados hoy se abrazan. El 12 de mayo el presidente Alan García, además presidente del Partido Aprista, ha enviado un proyecto de ley al Congreso (N° 4022) para que se declare al Señor de los Milagros Patrono del Perú.
La ironía no puede ser mayor. En este caso se puede establecer la siguiente analogía: Leguía es a García como Lisson es a Cipriani. No me extrañaría que este famoso proyecto de ley haya sido una idea inicial del actual Arzobispo de Lima. Con esta iniciativa Alan García termina de enterrar una de las mejores y más modernas tradiciones del APRA: su propuesta de un Estado laico, pero también su visión de que la libertad de conciencia –y dentro de ella la religiosa– es un aspecto central de cualquier régimen democrático.
Me imagino que a García le gustaría, en lugar de repetir las palabras de Haya del 23 de mayo de 1923, recitar más bien ese otro famoso discurso de Riva Agüero en el Colegio Recoleta en 1932, donde renuncia a sus ideas del pasado al considerarlas “despropósitos y frases impías, que hoy querría condenar al perpetuo olvido, y borrar y cancelar aún a costa de mi sangre”.
Además la propuesta de García va contra la propia Constitución ya que en ésta, como se afirma en su artículo 86, el Estado es independiente y autónomo de cualquier religión, más allá que reconozca a la Iglesia Católica “como elemento importante en la formación histórica, cultural y social del Perú”. Por ello, pretender declarar al Señor de los Milagros, como “Patrono del Perú”, es un acto de imposición que en nada favorece a un clima de tolerancia cuando hablamos de religión. Y menos al desarrollo de un Estado laico en el país.
Este no es un alegato en contra de la procesión y presencia del Señor de los Milagros en nuestra sociedad. Es más bien un llamado para construir un Estado laico y para que el Cristo Morado siga siendo del pueblo y no del Opus Dei y menos de un poder que poco toma en cuenta a la mayoría de sus fieles.
(*) albertoadrianzen.lamula.pe
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