No importa si son de universidades privadas o públicas, si pagan altas colegiaturas o no. Los jóvenes se identifican como generación
Nota del editor: Felipe Gaytán Alcalá es Doctor por el Centro de Estudios Sociológicos del Colegio de México, miembro del Sistema Nacional de Investigadores y Coordinador de Investigación de la Universidad La Salle.
(CNNMéxico) — Resulta sorprendente el viraje que los estudiantes universitarios de distintas instituciones educativas del país han dado a la agenda política en México: la toma de la plaza pública, caminar por la calle con la consigna de ser escuchados. Aún más, con el anhelo de hacer de su voz una parte importante de lo que debe ser este país, porque finalmente, en pocos años, ellos llevarán las riendas.
La Primavera 132, en referencia a los sucesos en la Universidad Iberoamericana y al video en el que los universitarios mostraron su rostro y credenciales para asegurar que no eran "porros ni acarreados", es un movimiento que rebasa los sucesos y las anécdotas de lo que ocurre al interior de los campus universitarios.
Es la expresión de una generación heterogénea de universitarios que asumen su rol de agentes de cambio más allá de un fin o de una utopía. Se reconocen como portadores de cambio generacional, no tienen claridad hacia dónde, pero eso tampoco los arredra. Para ellos, los horizontes están abiertos y las posibilidades son infinitas. No se casan con un fin último, ni con consignas que les son ajenas.
Han aprendido de los errores de las generaciones que les antecedieron.
La utopía, a diferencia de las generaciones que les precedieron, no es anhelar lo imposible, sino hacer posible el anhelo del cambio, aquí y ahora. No es la generación de la década de 1980, desencantada por la crisis; mucho menos la generación de 1990, que asumió diversas causas como propias, banderas que le interpelaban como parte de la sociedad pero que no le pertenecían, aunque sí lo reclamaban en su conciencia.
Por ejemplo, el movimiento indígena de Chiapas enarbola todavía la bandera de la justicia, y muchos jóvenes sienten que es una demanda de justicia. Pero una justicia para los otros, no para ellos, justicia para los que han sido invisibles por siglos. Piensan que deben trasladar ese tema a la vida política.
La generación universitaria actual, a diferencia de las otras, lleva su agenda al espacio público. Ellos son actores y demandantes de sus causas. Saben que el futuro está en sus manos y no quieren que la clase política les imponga lo que ellos no han imaginado, sea la bandera que sea, de derecha o izquierda.
Por eso han salido de los campus. Primero fueron cientos los que marcharon en protesta contra Televisa, por lo que consideraban un manejo inequitativo de la información. Luego fueron miles en el Paseo de la Reforma, así como en distintas ciudades del país e incluso en otras naciones, algunos de ellos apoyando a un candidato, pero los más, exigiendo que su voz sea reconocida.
No importa en este momento si son de universidades privadas o públicas, si pagan altas colegiaturas o no. Se identifican como generación, algo en lo que naufragó la llamada "Generación X".
La Primavera 132 es un claro ejemplo de que la realidad ha rebasado nuestros conceptos y prejuicios como opinócratas y académicos. Ahora entendemos que el mundo no se comprende con axiomas. Aquellos profesores que calificaron a los universitarios como apáticos, sin conciencia cívica y sin compromiso, hemos recibido una lección que ya Ortega y Gasset señalaba: la nueva generación recibe un nombre o calificativo de la generación que le antecede, aunque la primera no lo acepte.
Esta vez, los universitarios se han rebelado contra ese epíteto que los comentaristas y la clase política le han otorgado. Los jóvenes no aceptan más los adjetivos, comenzando por el mote de 'ninis' y tampoco que son el movimiento de los indignados, como en Europa.
Son ellos, con voz y con presencia, no se lamentan de lo que pudo ser sino de lo que deberá ocurrir. Ahora la clase política ha recibido una lección: los 'ninis' son ellos como políticos, pues ni entienden lo que está pasando, ni aceptan la aparición de los otros, quienes les disputan el futuro.
Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Felipe Gaytán Alcalá.
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