La boda de Sachi Fujimori en la capilla de la Diroes.
Por: Augusto Álvarez Rodrich
alvarezrodrich@larepublica.com.pe
Por: Augusto Álvarez Rodrich
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Me enteré del permiso solicitado por Alberto Fujimori para realizar la boda de su hija Sachi en la capilla de la Diroes –la base-prisión donde cumple condena– anteayer al mediodía por el radio del automóvil, justo cuando yo salía del penal de San Jorge.
No es, ciertamente, la mejor oportunidad para evaluar un pedido como ese pues siempre conmueve ver a un grupo de personas sin el derecho a la libertad, como el del pabellón 4 de San Jorge, a donde fui a conversar sobre la manera cómo los periodistas informamos de los presos y, en general, de los asuntos penitenciarios, en el marco de un interesante programa de charlas que organiza la Biblioteca Nacional en los penales.
Las prisiones no deben ser, como algunos creen, mazmorras para que sufra la gente. La desgracia de estar preso por una condena o a la espera de sentencia solo implica la pérdida temporal de la libertad pero no más que eso (que ya es bastante).
Por su parte, la sociedad en su conjunto, pero principalmente el Estado, debiera preocuparse por crear las condiciones para que los penales cumplan realmente su función de centro de rehabilitación, lo cual implica asegurar condiciones para que los presos solo pierdan la libertad pero nunca la dignidad.
Esto debe ser válido para todos los presos, y cuando digo todos me refiero realmente a todos, por más horrendo o leve que sea su delito: desde el que está en prisión por carterista, por corrupto, por asesino o hasta por terrorista. Desde el Cojo Mame hasta Abimael Guzmán o Vladimiro Montesinos.
También, por supuesto, Alberto Fujimori. No conozco los reglamentos del Inpe, pero siento que el gobierno hizo bien en aceptar su solicitud para la boda de su hija, lo cual, por lo demás, solo implica un desplazamiento de 500 metros, dentro de la Diroes, entre el departamento-celda y la capilla de la base.
Primero, por razones humanitarias y por el criterio señalado de que, dentro de lo posible y lo legal, se debe ofrecer al preso las mejores condiciones que se pueda. Pero, también, por razones pragmáticas: no le conviene al país darle argumentos a los fujimoristas para hacerse las víctimas que no son.
En contra de la aceptación del pedido de Fujimori está, sin duda, el criterio legítimo de que no debe haber privilegios pues todos deben ser iguales ante la ley. Sin embargo, el trato privilegiado a los ‘ricos y famosos’ de las prisiones –como Fujimori hoy o José Enrique Crousillat hace poco– debiera servir como incentivo para agilizar mecanismos que beneficien a los prisioneros anónimos y sin padrino, de manera que, en general, las cárceles peruanas puedan ser mejores lugares que ahora con el fin de que los presos –cualquier preso– nunca pierda, dentro de la desgracia que implica dejar de estar libre, la dignidad ni el respeto.
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