sábado, 6 de febrero de 2010

Las conchas aterradas



Dom, 07/02/2010 - 05:00
Eloy Jáuregui
Cuando la mañana del último martes, la China Tudela, las “pipols” de la G.C.U. y los pitucos de Eisha vieron en CNN que la “La teta asustada” era nominada para competir por el Oscar a mejor película extranjera; ¡horrible oye!, gritaron a coro: “Ajjj, cholos.
Así no somos los peruanos”. Y mientras seguían chupando, bronceados de intransigencia y segregación, murmuraron que está bien que el cine peruano prospere. Y casi hubo aplausos, pero hay que tener cuidado con lo que se muestra de nuestro Perú sucio al resto del mundo. Otros dijeron, frente a unas conchitas a la parmesana: “como toda película costumbrista peruana, esa basura trata de gentes tristes, traumadas, seudoanalfabetas, sin un objetivo concreto en la vida más que encerrarse en su subcultura folclórica”.
Les jode pues: el papel reciclado, el Mega Plaza, el turismo chicha en el Cusco, los intentos como la ópera prima de Claudia Llosa “Madeinusa”, que un director retrógado  de un diario limeño escribiese: “pretencioso y aburrido plomazo que deja injustamente a todos los indígenas como salvajes, borrachos, cochinos, supersticiosos e incestuosos. Me desagrada ese intelectualoide morbo, estúpido y políticamente correcto, tan de moda ahora, que se tiene en escarbar los años del terror. Magaly Solier me parece una andrófoba lista para el psiquiatra por el extremo rechazo a los hombres que proclama (¿será lesbiana?) y me imagino que en el jurado pesó mucho el exotismo de una película tercermundista hablada y cantada en lengua aborigen (igual como si hubieran sido tibetanos, esquimales o bosquimanos)”. No repito el nombre de este mononeuronal por higiene.
Yo soy cínico a la manera de G. Caín –me gusta el cine– pero jamás imaginé que una película que narra un pasaje trágico de la historia de nuestro Perú haya despertado retorcidos resentimientos. Es cierto, hay una herida que no cicatriza. Lo andino, las diferencias culturales, la visión limeña sobre la violencia política y el delgado límite entre ficción y realidad, como alguna vez leí en este diario. Pero hay una soberbia e intolerancia que no claudica. Fanatismo del que tiene plata por genes. Exclusivismo de ese peruano que ve a Miami como espejo.
He analizado la película y sé lo que les jode. Que el tema no es cinematográfico. Que “Los Destellos” no pueden participar en el soundtrack. Que haya un cabro estilista verídico. Que los desplazados de Ayacucho por el terrorismo no sean también limeños y que Manchay tenga un paisaje más bello que ese bodrio de “líneas y punto” de la arquitectura peruana de chifa. Ojo, tía, Claudia Llosa construyó su película en base al trabajo con las mujeres que hizo la antropóloga Kimberly Theidon, en las comunidades altoandinas de Ayacucho a mediados de la década de los noventa. (Ver blog de Larryportera:http://www.reportajealperu.com/2009/03/con-ustedes-kimberly-theidon-la-a...).
Hay dos Perús. El de los Benavides de la Quintana y los de Magaly Solier. Es decir, los pitucos y los lorchos. En el medio está una película que nos recuerda que la CVR, que el Museo de la Memoria y cuanta gestión se haga por solo curar las heridas y cicatrizar el alma dolida, es cuestión de tolerancia. Ven, abrázame. Somos hermanos.

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