domingo, 21 de marzo de 2010

CULTURA: DIARIO LA REPÚBLICA DOMINGO 21 DE MARZO 2010


Libertad para la Libertad

Por Eloy Jáuregui
García Márquez, Galeano o Benedetti confesaron alguna vez que escuchan a Tania en ayunas. Yo trato de hacer lo mismo pero me gana el sueño de la resaca y la vigilia de la postdata.
En una enciclopedia de música mexicana literalmente dice así: Tanía Libertad, notable cantante mexicana nacida en Chiclayo, Perú. Y nunca he sentido mayor vergüenza que la última vez que escuché a Tania en Lima y el teatro estaba casi vacío. Conozco a Tania porque es orgullo de mi familia, mis hermanas y mi madre, que ahora que agoniza con su corazón cansado, tararea, aun entre los delirios del más allá, “La contamanina” y se quiebra no por falta de oxígeno sino porque le faltó tiempo para querernos más.
Tania no es Pizarro ni Juan Diego Flórez. Es más porque es mujer. Y desde cuando entonaba canciones encendidas en la canchita de San Fernando en apoyo a los trabajadores que se defendían del ala fascista del gobierno de Velasco. Y digo mujer en el Perú, donde hay que tener huevos para romper el yugo oxidado de esa masculinidad ridícula que no es más que la mariconada del que tiene bigotes. Y Tania fue más allá de la canción protesta, el valsecito, la música negra, las baladas, los boleros, la nueva trova, la salsa, las rancheras, la música brasilera y cuanto género latinoamericano que cante en estos pagos del Señor, porque siempre entendió que cantar es el método para dejar de ser cojudos.
García Márquez, Galeano y Benedetti confesaron alguna vez que escuchan a Tania en ayunas. Yo trato de hacer lo mismo pero me gana el sueño de la resaca y la vigilia de la postdata. No obstante, mi oreja se eriza con la tesitura de ese trino de embrujo de Tania que le canta al orgasmo y debuta siempre contra el pleonasmo. Lujo del pobre que la oye en duetos con Manzanero o Milanés, Con Willie Colón o Vicente Fernández. Cierto, los más jóvenes dirán que escribo para la platea de la base cinco. Me llega.
No soy de esos que se desvelan por Metallica o Guns N’ Roses. Que cada quien cuide su entierro, que imposibles no hay, ya lo dijo Quincas. La señora Tania es la continuidad de Chabuca Granda, de Alicia Maguiña y contemporánea de Susana Baca y Eva Ayllón.
Vaya, qué lujo el mío de ser polígamo de oído.
Pero tengo que hacer una aclaración. Por qué la música del Perú es tan monga. Porque en Canal 7 y en otras señales en las madrugadas solo hay espacio para lo “viejo, huachafo y verdulerista”. Ese huaynito con saltos de tijereteros y arpa. ¿Dónde están los herederos de Picaflor de la Andes o de Flor Pucarina?  O acaso “La Mecánica del Folclore” y Abencia no la rompen en las páginas policiales. No soy homofóbico pero la pobre Alicia Delgado es el paradigma de la mujer ‘empoderada’ como le dicen ahora, víctima de un clítoris achorado y de factura lumpen.
Por eso Tania Libertad es la mujer comprometida con nuestro tiempo, el de la tecnología, el rescate y la envergadura de una música que será el refuerzo moral de nuestra cultura. Oír a Caetano Veloso el lunes, o encontrar a miles de tangueros jóvenes en las calles de San Telmo en Buenos Aires es participar de la orgía perpetua del arte popular auténtico latinoamericano. Y quién soy yo para oponerme. Nadie. Uno que paró con Manuel Acosta Ojeda, Pablo Casas, Wilfredo Franco, Pepe Villalobos y Arturo Cavero, eso. Que ahora que el jueves cantará Tania para nosotros, saco pecho por mi música, esa que escuchaban mis padres en Radio Délcar de Chiclayo, mientras me hacían.

Kurosawa

Federico de Cárdenas
Sétimo hijo de una familia con ancestros samuráis, Akira Kurosawa (1910-1998) siguió estudios de pintura, pero muy pronto entró en la Toho, donde escribió guiones y aprendió el oficio de manos de Kajiro Yamamoto, quien le dejó dirigir las tomas exteriores de Uma (1941). Kurosawa debuta con La leyenda del gran Judo y huye del fascismo nipón rodando cintas de época. Acabada la guerra, ingresa en su periodo neorrealista (El ángel ebrio; El perro rabioso) que le permite conocer a los actores Toshiro Mifune y Takashi Shimura, infaltables en sus filmes.
Kurosawa es reconocido en Europa con su primera obra maestra, Rashomon (León de Oro en Venecia 1951), ambientada en el medioevo y que recoge las diversas versiones de una historia de violación. Funda una productora y es visto como ”occidental” por sus versiones de Dostoievski (El idiota), Shakespeare (El trono de sangre) o Gorki (Los bajos fondos). Sin embargo su estética es del todo personal, como lo demuestra en Vivir, otra obra maestra, en la que un burócrata con cáncer terminal decide emplear sus ahorros en un parque infantil. En 1954 rueda Los siete samuráis, donde insiste en una épica humanista al mostrar un grupo de guerreros que defiende una aldea campesina atacada por bandidos. Siguen trabajos menores (Sanjuro, Yojimbo) hasta dos obras de madurez: Barbarroja (1965) y Dodeskaden (1970), su primera cinta en color, obra maestra de gran pesimismo que es un fracaso de público. Se le cierran las puertas e intenta el suicidio. Recuperado, rueda Derzu Uzala en la URSS, cubierta de premios. Coppola y Lucas le producen Kagemusha (Palma de Oro en Cannes) y el viejo maestro puede retomar su obra con una serie de cintas deslumbrantes: Ran (su versión de Lear), Sueños o Madadayo (1993), adiós entrañable de uno de los grandes humanistas que ha dado el cine.

La gramática y el ajedrez

Luis Jaime Cisneros
Muchas son las preguntas a las que debo responder sobre asuntos relacionados con el lenguaje. Tal vez la más persistente sea la que formulan los profesores de lenguaje. Hay, por lo pronto, una pregunta que parece ser esencial. ¿Se debe enseñar gramática en la escuela? Si me la formulan así, abiertamente, debo responder, sin vacilación, negativamente. Pero esta negación mía obedece a una serie de razones científicas, que miran sobre todo a los usuarios, los hablantes, que son los herederos y los manipuladores del instrumento.
¿Cuál es el obligado vínculo del hablante con el lenguaje? Usarlo. Usarlo como emisor o como receptor. ¿Y usarlo cuándo, y para qué? Cuando le provoca o cuando lo necesita para preguntar, para pedir, para protestar, para quejarse, para solicitar información.
Todas esas posibilidades las ha ido descubriendo el usuario a medida que iba creciendo en el hogar. Había fórmulas para saludar: “¿Cómo está usted?”, “Buenos días, papá”. Había preguntas urgidas por la situación: “Papá, ¿quién es ese señor?”, “¿Puedo comer esta manzana?”. Siempre era un conjunto de palabras, no una palabra sola.  Todo eso lo oíamos o lo producíamos. Nuestra vida casera, los tres años primeros (cuando no existían los nidos, era hasta los cinco años) éramos protagonistas y testigos de un rico mundo oral. No solamente se trataba de voces que tenían significado concreto: ‘manzana’, ‘sopa’, ‘camiseta’, ‘tío Nicolás’.
Podíamos traducir nuestra rabia o nuestra alegría, nuestra impaciencia o nuestro disgusto, con sólo modificar la entonación. Y todo ese saber lo hemos adquirido en situaciones precisas, como emisores o receptores. No hay que enseñar gramática. Hay que reflexionar sobre el lenguaje, meditando sobre nuestros usos. El discurso producido nos sirve para reflexionar sobre cómo lo hemos construido acertadamente. Producido el discurso (la frase) nos damos cuenta de cómo hemos asegurado los intersticios, la estructura gramatical.
Me agradaría una comparación con el ajedrez. Son 32 fichas: 16 de un color y 16 de color distinto. Hay ocho fichas que tienen forma y nombre particular y otras fichas idénticas, con un nombre común. Eso es lo que me compro en la tienda y eso es lo que ven todos los testigos. Quiero ahora que reflexionemos sobre lo que voy a decir: en realidad, me he comprado todas las jugadas que se han hecho desde que se creó el ajedrez (siglo XIV) y todas las jugadas que se harán en el futuro.
¿Cómo aprendo la gramática del ajedrez? Jugando ajedrez. No voy a asegurar mi juego aprendiendo la biografía y el movimiento de cada ficha, tal como lo dice el libro. La ficha vale en el juego, y es el papel que le toca desempeñar en el juego lo que le da su valor. Y eso depende de mi experiencia como jugador, que es experiencia de ‘situaciones’, de ‘juegos’, no de definiciones. En ajedrez, como en el discurso, lo que vale no es la ficha de la palabra sino el texto, la jugada.
Nos bastará conversar con una criatura de siete años para darnos cuenta de la facilidad con que mantienen una conversación, estructurando frases de diversa complejidad. Es que el conocimiento que uno adquiere del lenguaje en el hogar está mirando a los usos y está centrado en la estructuración del discurso. Aprendidos los mecanismos, es fácil individualizar cada instrumento (preposiciones, conjunciones). Cuando queremos averiguar cuánto sabe una persona de su lengua proponemos sustantivos, adjetivos, verbos. No proponemos si, con, con tal que, sin que, ergo. Por eso el ingreso más recomendable en el estricto campo lingüístico es el de la sintaxis, que es el mero campo de juego, donde se aprecia con todo rigor la función estructural de determinadas voces. Si queremos saber el grado de conocimiento lingüístico de una persona, bastará con pedirle que complete frases en un texto donde existan sin embargo, a falta de, a sabiendas de, para lo cual. Esa será la prueba de fuego. Nuestra experiencia es de textos, no de conectores.
La reciente edición de la Nueva gramática de la lengua, editada por la RAE y la Asociación de Academias, tiene tres tomos: la sintaxis y la fonética ocupan un tomo entero. Y las investigaciones de los últimos tiempos, en la mayoría de las lenguas europeas han centrado la atención en Sintaxis y Entonación. Es decir, eso que producimos los usuarios. La lengua en actividad es la que ‘dice’ y la que ‘significa’.

Animalización racista

Jorge Bruce
Supongamos que la congresista León o la ministra Aráoz montaran en cólera en el ejercicio de sus funciones públicas. ¿Algún medio escribiría algo así como “Luciana o Meche engoriladas”? Felizmente, no. Sin embargo, si se trata de Cenaida Uribe o Martha Moyano, se publica esto: “Cenaida engorilada” o “La Moyano tiene su tumbao”. Conviene recordarlo hoy que se celebra el Día Internacional de Lucha contra el Racismo y la Xenofobia.
Hace cuarenta años, el 21 de marzo de 1960, la población negra de Sudáfrica se rebeló contra la Ley del Pase, que los obligaba a portar un documento donde se estipulaba su lugar de vivienda y trabajo, y el permiso para movilizarse fuera de estos sitios. Si no lo tenían consigo, sufrían severas condenas. La policía del apartheid reprimió ferozmente la manifestación, causando centenares de muertos y heridos. En protesta, muchos, entre otros un tal Nelson Mandela, quemaron su pase.
Ciertamente, mucho ha cambiado el mundo desde entonces, gracias a la lucha de personas invictas, como Mandela. Es interesante que el Mundial de Fútbol vaya a realizarse en esa sociedad, cuyas complejidades post-apartheid describe admirablemente el Premio Nobel Coetzee (en la novela Desgracia, por citar una).
También en el Perú el racismo no es lo que era. Hoy mucha gente y organizaciones pugnan por erradicarlo. Por ejemplo el Centro de Estudios y Promoción Afroperuanos – LUNDU. Lean su Observatorio Afroperuano (www.lundu.org.pe). Durante 6 meses monitorearon el tratamiento de la noticia en los diarios Correo, Ojo, Trome, Ajá, Líbero y El Bocón. Se encontraron con 203 noticias de corte racista, como las arriba citadas. El problema se agrava porque el virus de la discriminación no se aloja solo en ciertos comportamientos extremistas, tipo nazi o sudafricano de entonces: se lo halla en lo más íntimo de nuestra vinculación con el otro.
Así, esa denigrante animalización de las afrodescendientes es leída como un rasgo de humor. A esta forma de discriminación grotesca, se añade la hipersexualización: “la sexi morocha”, “zambita alegrona”, que no se aplica a los hombres. A estos también se les animaliza (“Percy Olivares pasó de zancudo a mono” o “Con la plata baila el Mon… taño”), pero sin esa connotación machista de objeto para el goce sexual que se endosa a las afroperuanas (en donde la excitación del discurso encubre el temor y la impotencia).
El sistema discriminatorio, escondido tras la coartada del chiste grueso y la viveza criolla, se mantiene operativo. Pero ya no es invisible, ya no pasa tan piola. El peor obstáculo actual, me parece, es el de la autodiscriminación: herencia infectada de una mentalidad colonial e identificación con el agresor. Esos medios, como los programas de humor de la TV, están dirigidos a sectores populares, quienes, al hacer mofa de los afrodescendientes, serranos o cholos, acaso desplazan sus propios sentimientos de dolor y humillación soterrados.
Hay esperanza de cambio, pero no podemos pretender que venga por añadidura. Hay que hacer valer la ley, hay que cuestionarse, para que nuestros descendientes vivan en un lugar más digno y respetuoso de los derechos de todos.

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