Humberto Campodónico
Con la aprobación de la reforma de salud, el presidente Obama cumplió una de sus promesas electorales claves: avanzar a un sistema de cobertura universal que incluya no solo a los mayores de 65 años, sino a los 35 millones de personas que no tenían seguro.
Obtenerlo no ha sido nada fácil. Inicialmente Obama se planteó –desde antes de las elecciones– superar el “partidismo” y obtener una votación favorable que incluya no solo a los demócratas, sino a amplios sectores del partido republicano (también llamado GOP, que equivale a las siglas de “gran viejo partido”, en inglés). Pero este llamado se reveló inútil: ni uno solo de los republicanos fue parte de los 219 votos a favor de la reforma (contra 216) en la Cámara de Representantes. Por el contrario, hubo muchos demócratas que votaron con el GOP.
El estandarte de los republicanos ha tenido dos ejes: uno, que quieren un Estado pequeño y, dos, que no quieren que nadie los obligue a tomar un seguro si ellos, individualmente, no lo desean. Lo del Estado pequeño se refiere al hecho de que la reforma de salud va a costar dinero –que vendrá del Estado–. Y lo de la libertad individual es una tradición sólidamente instalada desde la independencia, que lleva al GOP a defender, incluso, la “libertad” de los ciudadanos de comprar armas de guerra.
Para los demócratas, estos argumentos no tienen asidero porque se trata no solo de la necesaria cobertura universal (que beneficiará a la población de menores ingresos y, también, a aquella que es rechazada por las aseguradoras debido a alguna enfermedad), sino que también limitará el poder económico, y político, de las grandes empresas de seguros y las farmacéuticas que, hoy, deciden quién se puede asegurar y el precio de las medicinas.
Dicho esto, si bien la aprobación es un triunfo para Obama (que además cumple con una promesa electoral, lo que aquí no sucede), la cuestión es que en noviembre del 2010 habrá elecciones para renovar el Congreso. Dicen algunos que Obama ha “quemado” demasiado capital político en esta reforma y no saben si podrá hacer aprobar, antes de las elecciones, la otra ley clave: la reforma para regular el sistema financiero.
Recordemos que, en 1999, los banqueros lograron que el Presidente Clinton derogue la Ley Glass-Steagall, promulgada en 1932. Esa ley separaba claramente a la banca comercial (que recibe depósitos del público) de la banca de inversión, que “juega” con dinero de inversionistas privados en diferentes mercados.
Obama no va a reponer la Glass Steagall, pero sí quiere hacer cosas parecidas: se crearía un Consejo de Expertos para detectar y advertir los riesgos en el sistema financiero; se ampliaría el mando del Fed para que controle las empresas más grandes; se crearía una agencia que regule el mercado hipotecario y el de las tarjetas de crédito (ojo). Y se regulará el mercado de derivados financieros, uno de los causantes de la crisis del 2008.
La cuestión es que la oposición a esta ley va a dejar “como un chancay de a medio” la campaña del GOP contra la reforma de la salud. No solo se trata de seguir machacando sobre los mismos argumentos (Estado grande, libertad de elegir y decidir) sino que esta vez los fondos para las bullangueras (y racistas) campañas de los “Tea Parties” se van a multiplicar porque está en juego nada menos que el poder político en la, todavía, primera potencia económica y política mundial.
Si Obama triunfa –ganar la reforma de salud puede servirle de mucho– podremos ver un capitalismo mejor regulado (aunque hay quienes afirman que, con o sin regulación, tenemos crisis para rato). Pero si la reforma financiera no pasa y gana el GOP en las elecciones, podríamos estar asistiendo al principio del fin de la era Obama. Y volveríamos al terreno del “libre albedrío” de los especuladores financieros que, seguramente, nos llevarán a una crisis peor que la del 2008-2009. Veremos qué pasa.
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