lunes, 22 de marzo de 2010

HOMENAJE: ALBERTO FLORES GALINDO


La agonía de Flores Galindo

Nelson Manrique
El 26 de marzo de 1990 dejó de latir el corazón de Alberto Flores Galindo. Su agonía comenzó un año atrás, cuando en febrero del 90 sufrió un desmayo intempestivo. Los análisis que siguieron mostraron que en su cerebro crecía un tumor canceroso. Fue enviado de emergencia a Nueva York gracias a una colecta de sus amigos, que convocó a muchísima gente y en la que participaron hasta niños aportando sus propinas. “En estos momentos –escribió Tito–, cuando todo parece derrumbarse, cariño y solidaridad me mostraron otros rostros del país”. Reconoció que esta experiencia le había obligado a revisar su “habitual pesimismo”. Se inició luego un tratamiento que inicialmente despertó la ilusión de que el mal podría revertir. Desgraciadamente no fue así. 
En su libro La agonía de Mariátegui, escribiendo sobre el fundador del socialismo peruano, Tito restituyó al término “agonía” su dimensión originaria de lucha y combate; no únicamente contra las aflicciones y dolores que acompañan al final sino como una forma de afrontar la vida, una agonística contra todas las dificultades. Llegado a sus últimos días, Tito vivió plenamente de acuerdo con esta visión vital.
El mal le sobrevino repentinamente, cuando tenía muchos planes por realizar. Su ilusión fue entonces contar con dos años más para culminar el proyecto en el que estaba embarcado: una biografía de José María Arguedas a partir de la cual aproximarse a las contradicciones fundamentales del Perú del siglo XX. El cáncer no le dio ese plazo. Después de intentar avanzar con su proyecto fue pronto evidente para él que no tendría el tiempo necesario. A medida que el tumor se extendía iba afectando los centros neurales de la coordinación motora y del lenguaje, y su léxico se iba reduciendo inexorablemente. Mantenía íntegras su lucidez y sus facultades de razonamiento, pero tenía crecientes dificultades para expresar su pensamiento; podía hacerlo si se le ayudaba, enumerando aquellos términos que se podía adivinar necesitaba, pero día a día la comunicación se iba haciendo más dificultosa.
En esas condiciones, decidió dedicar el tiempo que le quedaba a la redacción de un texto de despedida, al que le puso de título “Reencontremos la dimensión utópica” y que constituye una especie de testamento intelectual. En él Tito se ratifica en las opciones que animaron su vida: su solidaridad inquebrantable con los de abajo, su apuesta por el socialismo, la exhortación a los jóvenes a no perder su capacidad de indignación, la convicción de que el país llegaba a una encrucijada crucial y era necesario luchar por preservar nuestro legado andino, por entonces ya claramente amenazado (no es difícil adivinar qué habría opinado sobre “el perro del hortelano” de Alan García).
Durante el último tiempo sólo pudo completar el texto gracias al amor de Cecilia, su compañera, que le permitió atravesar las brumas que crecientemente iban envolviéndolo. Una de las últimas veces que lo vi de pie fue a inicios del año 1991, cuando vino con Cecilia a casa, para saludar a mi compañera por su cumpleaños. Ya entonces podía adivinarse que se había quedado ciego. En la siguiente semana comenzó el tramo final y luego se fue apagando, lenta e inexorablemente.
Tito tuvo sin duda muchos amigos. Pero la movilización que desencadenó su enfermedad rebasó ampliamente el ámbito de su círculo de allegados. Pienso que entre los sectores populares existió siempre una clara conciencia de lo que él representaba para el país; allí están las numerosas  escuelas y demás instituciones que perennizan su nombre para testimoniarlo. El reconocimiento nacional e internacional que ganó se debía a su tenaz espíritu de trabajo: nos legó 8 libros de altísima calidad antes de  cumplir los 40 años. Estaba también su extraordinario talento como historiador y ensayista, reconocido más allá de las filiaciones ideológicas: su libro Buscando un Inca. Identidad y utopía en los Andes ganó tanto el Premio Casa de las Américas de Cuba, cuanto el premio Lawrence Harding, de la academia norteamericana. Pero, también era además el perfecto ejemplo de un trabajo intelectual con un altísimo rigor y un compromiso radical con las causas políticas en las cuales creyó hasta el final. Cualidades que lo han convertido, junto con JC Mariátegui y JM Arguedas, en uno de nuestros grandes referentes intelectuales del siglo XX.

Dimensión utópica en Flores Galindo

Manuel Burga
Alberto Flores Galindo murió el 26 de marzo de 1990 y  la próxima semana se cumplen 20 años de su muerte.  Tenía 40 años cuando murió y el mundo ya había ingresado visiblemente a lo que es hoy, una realidad dominada por la debacle de los socialismos realmente existentes y el triunfo de los neoliberalismos y la economía de mercadoSe había producido un indudable cambio político, un cambio de época, el fin del corto siglo XX, como decía Hobsbawm, pero en el fondo  –en el tiempo de la economía– perduraban, y perduran, los mismos modelos económicos.  El industrial vigoroso, renovado por la informática y las tecnologías de la comunicación, en los países desarrollados y el primario exportador, adornado por los TLC y las TIC, fuertemente enraizado en países como el nuestro.
¿Qué hemos cambiado en los últimos 20 años?Somos evidentemente más, con una pobreza proporcionalmente mayor y con servicios públicos, como seguridad, salud y educación, deficientes y aún deteriorados. La guerra interna ha sido costosa y la pacificación aún más, material y espiritualmente. En estas circunstancias quisiera recordar a AFG, en realidad darle la palabra, retomar su “Carta a los amigos”, del 14 de diciembre de 1989, donde se reafirma en sus convicciones políticas por construir un futuro mejor, de mayor justicia, que ahora nos parece aún tan lejano:  “En otros países el socialismo ha sido debilitado; aquí, como proyecto y realización, podría seguir teniendo futuro, si somos capaces de volverlo a pensar, de imaginar otros contenidos.
Esto no es la moda. Es ir contra la corriente. También debemos enfrentarnos a los cultores de la muerte o a aquellos que sólo piensan en repetir las recetas de otros países. El desafío creativo es enorme. ¿Podremos?”.
El cambio de época y la terrible experiencia destructiva del siglo XX, en particular de Sendero en nuestro país, hace que la pregunta de AFG sea  pertinente para todos: ¿Podremos encontrar un camino propio?
No expresó mucho entusiasmo cuando se preguntó por los intelectuales: “La mayoría de los intelectuales y demasiados dirigentes políticos de izquierda, hemos perdido la capacidad de vivir y sentir la indignación”.   Quizá quería decir que sin indignación no existe estímulo para buscar un camino propio. Pero agregaba inmediatamente, “El socialismo no debería ser confundido con una sola vía. Tampoco es un camino trazado. Después de los fracasos del estalinismo es un desafío para la creatividad. Estábamos demasiado acostumbrados a leer y repetir. Saber citar. Pero si se quiere tener futuro, ahora más que antes, es necesario desprenderse del temor a la creatividad. Reencontremos la dimensión utópica”.  (…)  “Lo cierto es que, como en pocos sitios, hemos sido una intelectualidad muy numerosa, pero a la vez poco creativa. Incapaces de dar a nuestro propio país la posibilidad de un marxismo nuevo. Intelectuales y políticos ignoran el pasado, la historia, lo que han sido”.
La historia misma nos ha llevado por los caminos de la actualidad: hemos perdido la fe en la dimensión utópica, en el futuro, en las ilusiones. Algunos modelos políticos del siglo XX parecen definitivamente agotados, obsoletos,  sobre todo los modelos autoritarios, los que ahora aparecen grotescos en algunos países de AL, como realidad o proyecto, en manos de caudillos militares. Alberto Flores Galindo nos dejó esa lección de dignidad, indignación, afecto, convicción y fe en el futuro. Entre sus “Cartas de Francia. 1973 – 1974”, que aparecerán muy pronto, y  su “Carta final”, encontramos al mismo intelectual, polémico, sensato, reclamando por mirar el pasado para encontrar el camino propio.  Ahora, agobiados por la corrupción, la economía de mercado, un APRA neoliberal y un fujimorismo popular, necesitamos recordar estas lecciones de dignidad y esperanza para volver a pensar creativamente.

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