Historiadora graduada en la PUCP y docente en el Departamento de Historia de Sewane, Universidad del Sur (Tennessee, EEUU), Carmen McEvoy se ha especializado en investigar el Perú del siglo XIX. Sus libros sobre Manuel Pardo y sus numerosos ensayos son aportes decisivos al conocimiento de nuestro pasado. Ahora publica Armas de persuasión masiva, una lectura del discurso de la Guerra del Pacífico desde el lado chileno, que será presentado en Lima el martes 23 en el CCPUC.
Por Federico de cárdenas
¿Por qué el título, “Armas de persuasión masiva”?
–Trato de jugar con la frase con la que de alguna manera se inicia la guerra en Irak. Una guerra tiene que ser justificada. A veces lo hacen con una invención como en el caso de estas armas –que nunca aparecieron– y otras lo hacen a través de las palabras.
Pero el elemento persuasivo es fundamental: tienes que convencer al frente interno. Haber estado en EEUU cuando lo de Irak me permitió ver toda esa parafernalia de símbolos que requieren los estados para justificar ante los ciudadanos que tienen que ir a pelear.
–Sostienes que el discurso de la Guerra del Pacífico no ha recibido suficiente atención de parte de los historiadores. ¿Es así?
–La ha recibido, pero no en el sentido historiográfico. La guerra ha sido vista como celebración patriótica, como cosa juzgada. Se sabe que Chile ganó la guerra porque fue más nacionalista que el Perú y tuvo la capacidad de unificar a su población, pero no se ha deconstruido el lenguaje de la guerra. No se ha tratado de entender las lógicas internas que van conformando este lenguaje. En suma, no hemos sometido el nacionalismo chileno a una prueba de análisis discursivo.
–Tu libro demuestra que la guerra no tuvo únicamente un componente militar, que hubo una retórica que fue fundamental y organizó prácticamente ese discurso.
–Una guerra necesita fundamentación ideológica. A los seres humanos nos cuesta ejercer la violencia sin justificarla. Tenemos que validar nuestras acciones violentas. Se ha hablado de las batallas, tenemos muchísimo respeto a Grau y otros héroes, pero no se ha trabajado los efectos de la guerra en el frente interno, en el cual la palabra va a cumplir un rol fundamental, y más aún en el caso de Chile, que pelea una guerra que no ocurre en su territorio. No estar amenazado de invasión le permite jugar mucho más en el tema de los discursos y construir uno muy fuerte.
La tradición retórica
–Hablas de una tradición retórica muy viva en Chile, anterior a la guerra y que ayudó mucho en esta elaboración. ¿Se da algo paralelo en el Perú o aún está por estudiarse?
–Creo que Chile, Perú y varios países de Sudamérica partimos de esta vertiente republicana, donde la oratoria juega un gran rol.
Pero la misma historia del Perú es diversa. Desde que se va Bolívar los caudillos militares están peleando, y si bien tienen una retórica y hablan de una suerte de republicanismo militar, no tienen tiempo para ella, pues todo se va resolviendo a través de las armas. En Chile no, es verdad que en los 50 tiene dos guerras civiles, pero en los 60, que es la época de la eclosión de la retórica, hay una paz social que el Perú no tiene. Eso les permite utilizar un lenguaje simbólico hecho de palabras y de rituales y hacerlo con mayor eficiencia. Lo digo con prudencia, pues es verdad que no existen trabajos similares a mi libro para el Perú. Habría que averiguarlo.
–Esta retórica de la que hablas tenía dos vertientes, la religiosa y la cívica, idelógicamente enfrentadas, pues la iglesia era muy conservadora y los liberales estaban en el poder, sin embargo ambos discursos se las arreglan para confluir.
–Sí, y casi diría que es un caso único, pues determina que ni conservadores ni liberales tengan la hegemonía del discurso, que se va imbricando en la guerra, y así lo más arcaico del pensamiento conservador, que desarrolla el tema de la guerra justa, termina juntándose con la defensa del honor nacional, que es el aporte de los liberales. La guerra crea un espacio que es como un mercado libre de la opinión pública en el cual ambos tienen que salir a defender sus posiciones, y al hacerlo lo hacen frente a una audiencia que al final va a hacer una especie de mezcla de ideologías que, en teoría, no podían convivir una con otra. Entonces ocurre que el gobierno chileno, que tiene sus propagandistas, suma otros free lance, que son aquellos que desde antes de la guerra han luchado por la hegemonía cultural y que ahora, con el conflicto, ven una oportunidad de reposicionar sus planteamientos. Tanto la guerra cívica como la guerra santa, que son las posiciones que analizo, tienen fundamentos arcaicos, y contagian la ideología.
–En el caso de la iglesia está muy claro, las invocaciones al viejo testamento, al Dios de los ejércitos que protege al pueblo elegido.
–Claro. Es la guerra como una ordalía en la que de tu moralidad va a depender tu victoria. Si pierdes, queda entendido que es Dios quien te está condenando por inmoral. Es el discurso de los vencedores. En el otro caso, el de los liberales y la guerra cívica, es otra vez la guerra de la independencia: Chile quiere romper este nuevo imperio formado por Perú y Bolivia, entonces el agresor termina siendo el agredido, y el Perú visto como una suerte de imperio déspota. Es interesante también cómo en ningún momento aparece la palabra salitre, ni las razones económicas, que al final son las verdaderas razones de la guerra.
–Sin embargo, hay un discurso que se podría calificar de geopolítico, porque se dice al pueblo que tiene mayores derechos sobre Antofagasta y Tarapacá, que son tierras trabajadas por chilenos.
–Es la justificación por el trabajo, que es una justificación burguesa. Esos rentistas, que son Bolivia y el Perú, han vivido de su vieja herencia, mientras que Chile, país burgués y eficiente, tiene todo el derecho de usufructuar de ese territorio de quienes nunca lo trabajaron, algo que no es cierto. Pero ese discurso, que pone la indolencia del lado de Bolivia y el Perú, se ve complementado con el de la sangre de los héroes. Ese territorio, dicen, no es solo el del sudor sino el de la sangre de nuestros héroes. Y así es como al momento de la negociación incluyen Tarapacá, que no estaba en disputa.
Ritos de la guerra
–En el momento que ambos discursos coinciden, y es uno de los aspectos fascinantes del libro, comienzan a realizarse esos grandes rituales que son los sepelios de los caídos en la guerra, que actúan también como elemento de cohesión muy grande de la sociedad chilena, que seguramente tenía sus diferencias de clases, pero que desaparecen y solo se habla de unión.
–Sí, una parte del libro está dedicada al tema discursivo y la otra al del ritual, que es el que concreta la palabra. Todas estas ceremonias muy sofisticadas, con antorchas y un apelar a los sentidos, que hablan a las emociones de una sociedad que no está sino parcialmente alfabetizada. La guerra crea la sensación momentánea de que a pesar de las diferencias sociales es posible lograr una cohesión cultural.
–Hubo ideólogos de la guerra, pienso en Benjamín Vicuña Mackenna o Isidoro Errázuriz.
–Exactamente. Es gente que tenía un entrenamiento y que no se sorprende de la guerra, puesto que se preparaban para una guerra entre conservadores y liberales. Tienen un bagaje de palabras, símbolos y rituales que ya se había manifestado en la ceremonia de repatriación de los restos de Bernardo O’Higgins en la década del 60, que fue un primer entendimiento entre liberales y conservadores, y cuyo modelo se reiteró a lo largo de la Guerra del Pacífico. Es un poco el pueblo viviendo la historia: es la nación que se escenifica. Cuando retorna la Covadonga, la gente que la visitaba se llevaba astillas, como si fueran las reliquias de la cruz.
–También se da esta curiosa feminización de Lima, presentada como una especie de odalisca a la que hay que conquistar.
Sí. La erotización y feminización de Lima les permiten reforzar su masculinidad. El discurso nacionalista siempre se da en clave masculina. Recuerdo haber leído en uno de los textos de soldados chilenos que Lima era “una bacante que se retorcía en medio de sus placeres”. Cerré los ojos y vi una escena de Las bacantes de Eurípides. La imagen no era nueva, pues ya viajeros habían hablado de Lima como ciudad frívola y de placeres, pero es interesante cómo la retoman para reforzar su sentido de lo masculino.
–¿Estos ideólogos se trasladan a Lima, una vez tomada la ciudad, y promueven este discurso?
–Absolutamente. El primer momento fue la toma de la Catedral, lo que provocó un enfrentamiento con la jerarquía local. Pero el capellán chileno, Florencio Fontecilla, se sale con la suya y celebra misa por los caídos chilenos en San Juan y Miraflores. Allí Salvador Donoso, uno de los ideólogos de la guerra santa, inicia la ceremonia citando: “Yo te elegí como mi pueblo, tú eres Israel”. Era la Catedral donde se ungía a los virreyes, y al tomarla Chile estaba reformulando simbólicamente la hegemonía cultural del Pacífico. Por el lado de los ideólogos de la guerra cívica, Isidoro Errázuriz funda un periódico en Lima, que bautizó como “La Actualidad”, donde pretenden extender su campaña de adoctrinamiento a los peruanos.
–¿Este discurso arcaico continuó pasada la guerra o hizo crisis?
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–Hizo crisis, porque luego del festejo de la victoria en el Campo de Marte de Santiago en 1884, siete años más tarde estalla una guerra civil terrible. Eso demuestra que ese discurso de la unidad era una construcción feble y vulnerable, que no pudo resistir el surgimiento de nuevas hegemonías.
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