Nicolás Lynch
Hace unas semanas que Lourdes Flores y ahora Alejandro Toledo quieren marcar la cancha electoral señalando lo que ellos consideran la línea entre la decencia y la corrupción. Para estos políticos la diferencia clave entre decencia y corrupción serían los buenos modales en la función pública, el no robar, coimear ni chantajear, amén de otros delitos desafortunadamente asociados a la misma. Y ellos habrían sido los modelos de esta conducta proba en nuestro pasado reciente. En suma, la corrupción definida como un problema de comportamiento.
Hay, sin embargo, quienes creemos que la corrupción es más que un problema de conductas. Lo que los peruanos miramos atónitos en los videos de la famosa salita del SIN y los múltiples escándalos ocurridos en los dos últimos gobiernos elegidos no es sólo un problema de mala conducta. Mucho más que eso, es el problema de la falta de identidad con el Perú que han promovido élites a lo largo de la historia republicana y que encuentra un momento culminante en la aplicación del ajuste neoliberal a principios de la década de 1990 por la dictadura de Fujimori y Montesinos. Las políticas antinacionales que se han aplicado en materia de privatizaciones y concesiones, inversión extranjera y TLC, y que promueven al Perú como un destino al que hay que saquear en el menor tiempo posible están en la raíz de las malas conductas que calificamos hoy como corrupción. La razón es sencilla: se roba lo ajeno, nadie se roba lo que es suyo.
Lourdes Flores y Alejandro Toledo, más allá de que estén o no envueltos en prácticas corruptas, son dos políticos continuistas con el modelo neoliberal que implantó la dictadura de los años 90. Recordemos que Lourdes Flores, en su afán de cuidar el modelo neoliberal, planteó en octubre del 2000 que fuera Fujimori el que encabezara la transición a la democracia. Alejandro Toledo, por su parte, luego de prometer que haría modificaciones al modelo, con muchos compromisos de campaña firmados al respecto, siguió con el mismo, procediendo, por ejemplo, a las modificaciones legales que permitirán, a partir de junio, que nuestro gas sea exportado al mejor postor sin atender a las demandas nacionales.
No es entonces la mala conducta por si sola la que debe marcar la cancha electoral sino, más bien, las políticas antinacionales producto del modelo neoliberal las que deben señalar la raya que distinga a los que están a favor de los que están en contra de la democracia y el desarrollo del Perú. Porque sin nación, así les moleste, jamás habrá democracia.
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