Por Humberto Campodónico
Existen dos puntos de vista acerca de por qué vienen cobrando importancia las energías alternativas en últimos 20 a 30 años. Uno es bastante conocido: no se están encontrando nuevas reservas de petróleo –que proviene de desechos orgánicos cuya formación ha demorado miles de millones de años– que permitan satisfacer su creciente consumo. Por tanto, hay que “migrar” hacia otras fuentes energéticas.
El otro nos dice que efectivamente existe un calentamiento global del planeta, provocado por la emisión de gases de “efecto invernadero” que provienen del consumo de los combustibles fósiles, petróleo, gas natural y carbón, lo que tendrá enormes consecuencias negativas para el planeta. Por tanto, es imperativo migrar hacia otras fuentes energéticas.
Usted puede optar por cualquiera de los dos enfoques o por uno ecléctico, mezclando ambos. La cuestión es que, de todas maneras, hay que migrar.
Esto es lo más difícil. La oferta total de energía primaria en el mundo (OTEP), según la Agencia Internacional de Energía de la OCDE (1), se divide así: 34.3% para el petróleo, 20.9% para el gas y 25.1% para el carbón, lo que nos da 80.3% para los combustibles “malos”. Luego vienen la energía nuclear (6.5%) y las energías renovables (13.1%), a las cuales habría que migrar.
Pero como la energía nuclear tiene problemas de seguridad y produce desechos radioactivos, existe coincidencia en que “las energías renovables (ER) son la voz”. A diferencia de las fósiles, las ER no se agotan y son, por tanto, una fuente sostenible. Dentro de las ER “no contaminantes” están la energía solar, la éolica, la geotermia, la mareomotriz (el 0.5%) y la energía hidráulica (el 2.2%).
Tenemos también a la biomasa, con el 10.5% del total. Allí están la leña, los residuos de actividades agrícolas y ganaderas, así como los biocombustibles (1.9% del total; vienen de la caña de azúcar, la soya y la palma aceitera). Estas son ER contaminantes porque en el proceso de combustión emiten dióxido de carbono, que es un gas de efecto invernadero. Por tanto, estrictamente hablando no serían una energía “alternativa” a los hidrocarburos y al carbón (si bien algunos afirman que contaminan “menos” que las fósiles).
En América Latina la oferta de energía primaria también depende fuertemente de los combustibles fósiles (el 73% del total). No producimos tanta energía nuclear, pero sí cinco veces más hidroenergía que el promedio mundial y seis veces la cantidad de ER no contaminantes. A nivel biomasa, nuestra producción es superior al promedio.
Entonces, si hay que migrar hacia energías alternativas, ¿cuál es la ruta óptima? No cabe duda que ir hacia las ER no contaminantes, como la éolica, la solar y la energía hidroeléctrica (donde, por ejemplo, el potencial peruano es enorme). Pero es aquí donde termina la discusión técnica/académica y comienza el juego de intereses económicos con su correlato político.
Eso implica que, en verdad, la cuestión de la “migración” no sea más que un saludo a la bandera para seguir manteniendo, hasta donde se pueda, a los combustibles fósiles. Es allí donde entra, también, el impulso a los biocombustibles que utiliza la tierra, no para la producción de alimentos, sino como un negocio. Volveremos sobre el tema.
(1) OCDE, Las Energías Renovables en la oferta global de energía (An IEA Factsheet, enero del 2007, www.oecd.org).
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