Ramiro Escobar
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Una hora punta, un espacio lleno de gente, un deseo de hacer daño y alguien que se inmola en nombre de alguna ‘santa’ locura. Los atentados contra trenes, que van por encima o por abajo, parecen haberse convertido en la modalidad más socorrida del terror de todo calibre, tal como acabamos de ver en el Metro de Moscú.
Episodios similares han ocurrido antes, como sabemos, en Londres, Madrid, Tokio, Bombay y en la misma Rusia –en diferentes ciudades–, por lo menos en cuatro oportunidades anteriores. De modo que, todo indica, estamos frente a la configuración de una suerte de espacio-símbolo de peligro frente a las amenazas más extremistas.
Tan claro es esto que, como un signo de estos tiempos globales, se ha activado un plan de seguridad en los trenes subterráneos de Nueva York y Washington, como medida de precaución. La hipótesis –literalmente debajo– es que podrían producirse ataques allá y acullá, debido a que la conexión terrorista tiene, digamos, varias estaciones simultáneas.
Esta terrible escena contemporánea hace pensar también en cómo un invento puede mutar dramáticamente con el paso del tiempo y el progreso de la necedad humana. El metro de Moscú, inaugurado en 1935, sirvió –como ha recordado el diario El País de España– de refugio en la II Guerra Mundial. Ayer lugar de salvación, hoy tumba involuntaria.
A la vez, y más allá del dolor y el repudio que nos produce, este crimen nos aproxima a entender el esquema torvo que yace en un cerebro extraviado. Como sugiere el analista español Fernando Reinares, los actos terroristas pueden provocan muchas muertes, pero lo que resulta central en ellos es que “su impacto psíquico resulta extraordinario”.
Es decir: matar, pero sobre todo asustar, hacer que el pánico tenga la mayor onda expansiva. Ese parece haber sido el objetivo de las dos presuntas mujeres chechenias –o de otra república del Cáucaso– que perpetraron el ataque. Nada más apropiado para ello que un vagón, o el túnel de la estación, donde los inocentes quedan atrapados y sin salida.
Efectivamente un acto terrorista, planificado desde lo màs alto del poder (en este caso de centrales de inteligencia exteriores), con el ùnico objetivo de inducir a Rusia a una guerra sin cuartel al terrorismo (como lo acaba de anunciar Rusia), objetivo conseguido por la criminal Alianza Atlántica podría ser el de forzar una mayor implicación de Rusia en la invasión de Afganistán (ver noticia publicada por el diario conservador El País, el 7 de febrero de 2010 "La OTAN llama a Rusia a implicarse en Afganistán" http://www.elpais.com/articulo/internacional/OTAN/llama/Rusia/implicarse/Afganistan/elpepuint/20100207elpepuint_8/Tes) y de paso tratar de desestabilizar a Rusia y tensar las relaciones con las poblaciones islàmicas y paises del Càucaso y Asia central.
ResponderEliminarEste atentado (supuestamente suicida), se produce pocos días después de las duras críticas del gobierno ruso a Estados Unidos por su permisividad con los narcotraficantes afganos, algo que, según el embajador ruso ante la OTAN, se traduce en una guerra no declarada contra Rusia. Recordemos que luego de la invasiòn del Imperio a Afganistan (guerra del opio), la producciòn de esta planta creciò enormemente.
Fuera como fuese, el modus operandi de la acción terrorista de Moscú, coincide al milímetro con anteriores operaciones terroristas de bandera falsa ejecutadas por la OTAN, como el atentado en la estación de de tren de Bolonia (Italia), en el año 1980, o, más recientemente, los atentados del 11-M en Madrid (2004) o el 7-J en Londres (2005). De nuevo, y según las informaciones de Rusia Today (ver vídeo), las explosiones no provocaron ningún fuego o incendio, una característica típica de los explosivos militares.
http://www.youtube.com/watch?v=FZcj09qUKrA&feature=player_embedded