Dom, 04/04/2010 - 00:54
La pedofilia y su ocultamiento dañan a la iglesia católica.
Esta semana santa encontró a la iglesia católica en una severa crisis por las denuncias crecientes de pedofilia dentro de ella pero, peor aún, por la revelación de que estos graves delitos habrían sido encubiertos por su más alta jerarquía, incluyendo a Juan Pablo II y Benedicto XVI.
Existe amplia evidencia de pedofilia de curas. En Italia, cientos de niños fueron abusados sexualmente por religiosos. En Bolivia, el sacerdote José Mamani dormía cada noche con un niño distinto. En México, el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, abusó sistemáticamente de los seminaristas. En Irlanda, miles de huérfanos sufrieron abuso sexual en los orfanatos católicos al menos entre 1930 y 1990. Algo parecido sucedió en Austria. Pero quizá uno de los más horrendos casos fue el del cura Lawrence Murphy, quien violó a más de 200 niños sordos en Winconsin, Estados Unidos, durante 24 años.
Estos hechos han sido reconocidos por la iglesia, por los cuales ya ha tenido que pedir perdón. Pero si todo eso es muy grave, peor fue conocer el encubrimiento de estos delitos cuando fueron denunciados dentro de la iglesia, quizá para ‘salvar’ la reputación institucional o por un falso espíritu de cuerpo.
Y más grave aún, si cabe, dentro de la desgracia que significó para miles de niños que, por distintos motivos, llegaron a la iglesia y lo que encontraron fue un desgraciado que abusó sexualmente de ellos, fue conocer por The New York Times y otros medios europeos que Benedicto XVI encubrió varios casos, incluyendo la violación de los 200 niños sordos. Otra versión periodística agrega que, cuando el entonces cardenal Joseph Ratzinger quiso actuar, fue obstruido por Juan Pablo II.
Como señaló la semana pasada Jorge Bruce en este diario, la pedofilia es una patología individual, pero su recurrencia en la iglesia católica y la voluntad de ocultamiento sí son, sin duda, un grave problema institucional. Y, claro, de la sociedad.
Hay quienes han interpretado estas denuncias como un intento de desprestigiar a la iglesia católica y a sus principales autoridades. Discrepo de ese punto de vista y, al menos, no es mi caso. Creo que la iglesia católica tiene, en el mundo y en el Perú, una historia con errores lamentables –como su uso para proyectos políticos perversos– y aciertos valiosos como las constantes acciones y expresiones de solidaridad con los pobres.
No se puede generalizar. Pero hacerse de la vista gorda ante hechos tan horrendos como la pedofilia y su encubrimiento solo por salvar una reputación es un modo efectivo de contribuir a la destrucción de la iglesia católica. Y hacerlo notar, en esta institución como en cualquier otra, nunca puede ser considerado un pecado. Su ocultamiento, sí.
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