Por: Mirko Lauer
Por un corto tiempo pareció haber un “efecto post Bagua”, resumible en un susto del gobierno frente a la posibilidad de una reacción en cadena de protestas con reales alcances desestabilizadores. El manejo de la movilización de los mineros informales da la impresión de que aquel hipotético efecto ha pasado: el mecanismo de manejo de conflictos sigue igual.
Algunos parecidos entre los dos casos: ambos estallaron luego de un tiempo de señales de aviso, ambos produjeron muertos, algunos sectores de la oposición intentaron aprovecharlos, el gobierno aceptó modificar los dispositivos de la discordia, hubo bloqueo territorial, se instaló uno de esos clásicos mecanismos de negociación post-factum.
Algunas diferencias: indígenas y mineros informales ocupan lados contrarios del pulseo ecológico; los indígenas sumaron a su lucha una estrategia mediática mientras que los mineros optaron por la forma de una simple movilización sindical; los indígenas demostraron tener una agenda política de largo plazo, los mineros se concentraron en un reclamo específico.
De modo que si va a haber un “efecto post Chala”, ese será transmitir la idea de que Bagua fue un accidente de ruta y no el inicio de un escenario de tipo boliviano. Además el monitoreo de la Defensoría del Pueblo sugiere que los conflictos en el país siguen todos ubicados dentro del campo de la defensa de intereses puntales, léase locales.
Pero quizás una lectura como la anterior tiene algunos aspectos engañosos. Los conflictos son económicos, ecológicos, muchos de ellos capitalistas en el fondo, pero al mismo tiempo son escenarios de una creciente violencia. No es la violencia de la lucha armada, pero llegado el caso puede tener un potencial de desestabilización.
Sabemos que la proliferación de conflictos tiene que ver con la ausencia de correas de transmisión institucionales (partidos, fueros, asociaciones, árbitros, acceso regional a los centros de decisión). El aumento de la violencia en los choques, o incluso que esta persista post Bagua, resulta más difícil de explicar.
De un lado está una policía sin recursos para controlar multitudes de manera incruenta. Policías que reciben órdenes de autoridades que no saben qué quiere decir adelantarse a los hechos. Luego hay una primera línea de las protestas donde parece haber cada vez más profesionales de la violencia callejera, algo así como un “efecto barracones”.
¿Habrá alguna relación entre el tempo de las protestas y el de la campaña electoral? La sensación es que los protagonistas de los conflictos reemplazan a los políticos, no los complementan. De modo que no es el argumento electoral el que va a reducir el número de conflictos. Quizás los reduzca, sí la idea de que el público está distraído con otros temas.
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