Por Alberto Adrianzén M. (*)
Hace pocos días un grupo de vecinos de Miraflores organizó una vigilia en protesta por la llegada de Lori Berenson a su distrito. No discuto que tengan derecho de hacerlo; sin embargo, más allá de mi rechazo al terrorismo, a los terroristas y a lo hecho por Berenson, las reacciones que ha desatado su libertad condicional me parecen lamentables.
Un papel central en este hecho lo tienen algunos medios que vienen instigando no solo una suerte de linchamiento simbólico de la Berenson sino también una cultura del miedo y de las fobias. Una de las vecinas de este distrito, seguramente alentada por la presencia de las cámaras de TV, declaraba que Lori Berenson llevaba en sus genes esta suerte de enfermedad que se llama terrorismo: “Ellos no cambian. Lo llevan en su ADN y en sus genes. Siempre serán terroristas”. Otro decía: “A mí me da asco tenerla acá y me preocupa; que se vaya a su país. No solamente porque viva en Miraflores. Donde vaya va a ser rechazada porque esa mujer no está bien de la cabeza”. Por su parte, el alcalde del distrito, Manuel Masías, también dijo lo mismo: Miraflores y sus vecinos han sido castigados duramente por el terrorismo, como para tolerar a una vecina sentenciada por este delito.
Nadie duda de que Lori Berenson, al momento de su detención, militaba en una organización terrorista, el MRTA. Tampoco que luego de un juicio que cumplía con todas las garantías legales, fue sentenciada a 20 años de prisión. Asimismo, que tras 15 años de carcelería, y debido a un conjunto de normas legales, ha salido en libertad condicional. Uno puede discutir si esos dispositivos que permitieron su libertad son o no los más adecuados; incluso, si está o no verdaderamente arrepentida de sus delitos; sin embargo, hay dos hechos que resultan particularmente relevantes: Berenson ha cumplido gran parte de su condena y la jueza ha tomado una decisión que es legal.
No estamos, por lo tanto, frente a una demanda de justicia que se fundamenta en que no puede existir un crimen sin castigo (Berenson ha sido castigada). Tampoco se puede argumentar que estamos frente a una violación del Estado del Derecho (su libertad es de acuerdo a ley). Por lo tanto, este caso no expresa el conflicto entre el Estado de Derecho y el Estado de Justicia. Estamos, más bien, frente a una manipulación política que busca promover, con ayuda de algunos medios, una cultura del miedo y de la venganza.
Pues todas estas actitudes antes que demandar justicia lo que piden, es, más bien, venganza. Con ello, además, se bloquea que otros sentenciados por terrorismo que están sinceramente arrepentidos de sus delitos y crímenes puedan salir de prisión tras cumplir gran parte de su condena, negándoles cualquier posibilidad de resocialización y reconciliación.
Hay, además, que señalar que todos estos argumentos son irracionales ya que contribuyen, paradójicamente, a que se cumplan los objetivos de Lori Berenson y de aquellos que han hecho lobby por su liberación, como el gobierno de EEUU (es decir, a que termine su condena en su país y no en el nuestro). Pero lo más preocupante es observar lo poco que hemos avanzado en cuanto a convivencia civilizada. Me pregunto si el alcalde Masías y los vecinos que hoy protestan harían lo mismo si a su distrito fuese a vivir el teniente Telmo Hurtado o el famoso “Camión”, responsables de crímenes de lesa humanidad durante los años de violencia política.
Sin embargo, me preocupa más esta lógica mediática del “pogrom” que alienta primero el linchamiento (ahora simbólico) para luego promover políticas que buscan separar a los “estigmatizados”. En poco tiempo, no me extrañaría que todos aquellos que han cumplido sus condenas y/o que están arrepentidos, tengan que andar con un distintivo y vivir en otros barrios, rodeados de muros. Una historia ya conocida.
(*) albertoadrianzen.lamula.pe
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