Por Mirko Lauer
Las marchas tienen algo de especialmente desafiante, y la de un puñado de sanmarquinos pidiendo libertad para Abimael Guzmán lo acaba de demostrar. Pocos se preocuparon por la supervivencia de simpatías por Sendero Luminoso en universidades estatales: pronunciamientos, actividades, importantes triunfos electorales.
En toda su historia universitaria el senderismo ha sido una actividad asolapada, con muy ocasionales acciones de propaganda abierta. Así era cuando la guerra en curso recomendaba clandestinidad. Así ha sido luego cuando la condición de derrotados aconsejaba discreción. ¿Por qué ahora esta pequeña marcha made in China?
La liberación de Lori Berenson y la discusión sobre un acortamiento de plazos carcelarios para algunos otros presos quizás configuran para los estrategas gonzalistas un ambiente propicio para reclamos de excarcelación. Aunque no tan propicio como para dejar el ambiente protector de la autonomía universitaria en el campus.
Quienes hoy se rasgan las vestiduras por la diminuta y provocadora marcha deberían mirar dos veces: hace ya buen tiempo que hay en partes de la Universidad Nacional de San Marcos autoridades pro-senderistas que llegaron allí mediante elecciones. No es precisamente un territorio liberado, pero sí incómodamente contaminado.
Si la marcha plantea cuestiones jurídicas acerca de su legalidad o ilegalidad, más debería hacerlo la gente de SL elevada al poder universitario mediante el voto. Sin duda el actual rector, insospechable de senderismo alguno, podría explicar cómo se desarrolla día a día esa pacífica coexistencia en oficinas y claustros.
De otra parte viene rondando la idea de candidaturas propias del senderismo para 2010/2011. Hasta el momento no parece haber sino una versión del clásico gusto de los abogados por los cargos públicos. Pero si San Marcos es la medida de algo, mañana podríamos tener un puñado de pensamientistas Gonzalo en el hemiciclo.
Todo esto –autoridades universitarias, marchas, candidatos– suena ominoso, pero resulta agua de malvas comparado con la violencia en las zonas cocaleras. Por algún motivo los policías, soldados y civiles muertos en esa guerra no evocan los horrores de 1980-1992. Como que no es la hora de recordar muertes muy alejadas de la capital.
Ahora bien, si hubiera que elegir entre senderistas (y a pesar de las viejas promesas y nuevas jactancias del fujimorismo, ese parece ser el caso), mejor marchando o candidateando a rostro descubierto, participando de libertades en las que no creen, que dedicados a asesinar al prójimo en nombre de sus ideas.
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