lunes, 15 de marzo de 2010

China impresiona


Por Yehude Simon
En dos oportunidades el presidente Alan García, con mucha vehemencia, me planteó visitar China. La primera cuando desempeñaba el cargo de presidente regional de Lambayeque, y la segunda siendo primer ministro. “Tiene que visitar China para entender hoy al mundo”, me dijo. La verdad, tenía mis observaciones: partido único, revolución cultural, DDHH. La idea no me entusiasmaba pese a los informes que leía sobre el gran crecimiento económico de esa nación asiática.
Hoy, ya en el Perú, y luego de 12 días de visita con una delegación que yo mismo escogí:  2 micro y pequeños empresarios, 2 empresarios, 2 autoridades locales (el alcalde de Cajamarca y la burgomaestre de Cochas, Áncash), un funcionario público, el gerente general de Lambayeque y 2 políticos, puedo afirmar en nombre de todos que la experiencia ha sido extraordinariamente positiva. No sufrimos ningún tipo de restricciones, nos desplazamos sin límites y vimos todo lo que necesitábamos ver pensando en el Perú.
Hay una verdad concreta: China, con sus 1,300 millones de habitantes, está en su hora más gloriosa; encontró, en función de su realidad, el camino para el desarrollo. Pero no es cualquier desarrollo, expresado solo en un asombroso crecimiento económico de 8.4% en medio de una de las crisis económicas más severas que afectan a la humanidad; hay otros valores agregados que hacen que cerca del 80% de su población apoye a su gobierno. Caminar por las calles de Beijing, Xian y Shangai observando rostros sonrientes termina por quitarme todo prejuicio al respecto.
Escuchar a los altos dirigentes del partido y gobierno reconociendo errores, aceptar referirse al tema de los DDHH y hasta mencionar en varias ocasiones a Confucio, es señal inequívoca de que la revolución cultural quedó enterrada y el pueblo chino fue el gran vencedor. Mientras el mundo occidental entra a una peligrosa cuesta de decadencia producto de la pérdida de su identidad y valores, sucede lo contrario en este país asiático. China luce majestuosa, ordenada, su gente se siente orgullosa de ello y no huye de su país en busca de otro mundo; al mismo tiempo, siente que su cultura y desarrollo están en el centro del mundo. Con gran honestidad se puede decir que, gracias a sus inversiones en ciencia y tecnología, los productos son de la mejor calidad mundial.
De otro lado, la banca china es una de las más estables del mundo, por no decir la más estable. Actualmente apoya e invierte en 48 países del África. Todos sus proyectos involucran US$ 8 mil 300 millones en contratos en Argelia, Nigeria, Irak y otros países.
Lograr todo eso no ha sido fácil. China tiene que congratularse de haber tenido al hombre ideal en los momentos más difíciles de su historia, un hombre  aún no estudiado debidamente: Den Xiaoping, el mismo que SL odiaba y condenaba. Bajo su liderazgo se hicieron las reformas económicas de la liberalización de la economía. Un solo país, dos economías, fue la propuesta: no importa el color del gato si este caza los ratones. Esta sentencia le permitió entender que lo fundamental era cumplir los objetivos propuestos por y para el desarrollo de China, fundamentalmente para la eliminación de la pobreza.
En concreto, en China hoy conviven socialismo y capitalismo, economía planificada y libre mercado. Antes antagónicos, generan una fuerza humanista que los lleva a crear confianza y fe en su presente y futuro.
Ello no significa que todos los retos han sido resueltos, por el contrario, continúan siendo grandes; pero basta recordar cuántos millones de pobres –casi 250 millones–tenían, así como prostitución y contaminación ambiental, que se constituían en un lastre para esa nación.
Es verdad, China no es el paraíso, pero busca lo mejor para su ciudadanía y, con ello, para el planeta. La tranquilidad de China da tranquilidad al mundo .

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