La anti-razón: psicoanálisis
lacaniano y postmodernidad
Daniel Iván LOAYZA HERRERA
En el desarrollo de las interpretaciones
postmodernas sobre la realidad el psicoanálisis lacaniano ha jugado un papel
central. Jacques Lacan fue un personaje central de la vida intelectual de
Francia de la postguerra. Psiquiatra de formación, fue derivando
progresivamente hacia el psicoanálisis. Su propuesta fue la de leer a Freud a
la luz de los nuevos enfoques, principalmente estructuralistas. El Estructuralismo
y el Psicoanálisis fueron dos de los más influyentes enfoques por aquellos años
en Francia.
Jacques Lacan
Lacan era un hombre de una amplia cultura. Había
leído a los más importantes pensadores. A partir de sus variadas lecturas y
tomando ideas de las fuentes más disimiles emprendió la tarea de reescribir la
interpretación psicoanalítica, que a su juicio, estaba plagada de objetivismo.
Saussure fue una de sus fuentes de inspiración más importantes. La apelación
del padre de la gramática estructural al lenguaje, al mundo de los
significantes y significados, como única fuente válida para referirnos a la
realidad, llevó a Lacan a replantear el psicoanálisis en esos términos.
Entre los intelectuales que estuvieron marcados
por la impronta del pensamiento lacaniano encontramos a Badiou, Foucault,
Derrida, Kristeva, Zizek, entre muchos otros. Si bien es cierto que cada uno de
ellos exhibe la influencia de diversos aspectos del pensamiento de Lacan;
también lo es que básicamente todos ellos se centran en el llamado “discurso”;
es decir, en la representación de la realidad, con prescindencia de la realidad
misma. La preocupación por descubrir la forma en que el poder se ha venido
estructurando desde las diversas formas de presentar la realidad llevó a la
mayor parte de los pensadores mencionados a ir dejando de lado los mecanismos
reales de ejercicio del poder; es decir, la realidad fue progresivamente vista
como una construcción social, cada vez más alejada de lo real. La idea de que
la realidad social es una construcción social discursiva ha impregnado el
corazón de las ciencias sociales contemporáneas. Estas ideas deben ser
rastreadas en el pensamiento de Lacan quien ofreció a la intelectualidad
francesa de la postguerra las herramientas conceptuales y las fuentes de
inspiración para el desarrollo de la visión postmoderna de la sociedad.
En el presente artículo sostengo fundamentalmente
dos cosas: la primera, que gran parte de los enfoques realizados desde la
postmodernidad son tributarios del confuso e inconsistente conjunto de
planteamientos lacanianos; la segunda, que ésta intrincada e inaccesible forma
de presentar la realidad no corresponde sino a un discurso anti-racional y que
en ese contexto debe ser entendidas las interpretaciones postmodernas. Como
consecuencia de ello extraigo la siguiente conclusión: en la medida en que el
discurso de la postmodernidad es tributario del pensamiento lacaniano
constituye una negación de la naturaleza y razón de ser de las ciencias
sociales: romper con la alienación y mostrar la realidad tal como está se
produce.
Para demostrar lo que aquí sostenemos pasaremos a
examinar la piedra angular de los planteamientos de Jacques Lacan sobre lo que
son lo real, lo imaginario y lo simbólico, llamados por él “registros” de lo
psíquico. Trataremos en todo momento de hacerlo con la mayor claridad
explicativa, pues consideramos que toda exposición que pretenda ser considerada
como científica debe reunir esta mínima característica expositiva; todo ello en
contraste con la nebulosidad propia de una teoría como la lacaniana,
caracterizada por su oscuridad y por un lenguaje metafórico que no hace sino
reducir su potencial explicativo y protegerla con relativo éxito de toda
crítica racional. Hechas esta inicial observación y advertidos los lectores del
espíritu que nos anima pasaremos a realizar una exposición de las ideas
fundamentales que esgrimió Lacan sobre lo real, lo imaginario y lo simbólico,
para luego someterlas al análisis en concordancia con la apuesta que desde aquí
hacemos por la crítica como forma de acercarnos a la realidad.
Lo real, lo simbólico y lo imaginario en Lacan
En el llamado psicoanálisis de orientación
lacaniana lo real, lo imaginario y lo simbólico forman parte del corpus
fundamental de su propuesta. Estas tres instancias constituyen una tópica o
estructura en la cual las tres dimensiones del funcionamiento de la psique
operan como una compleja estructura a manera de un nudo borromeo. El
funcionamiento psíquico requiere de la concurrencia de los tres registros.
La relación entre estas tres instancias tuvo dos
momentos en el pensamiento de Lacan: el primero, a partir de 1953, cuando
enunció su interpretación y; la segunda, desde 1970, ante el fracaso de su
intento de formalizar su teoría a través de matemas.[1] Pronto Lacan se
percataría de la imposibilidad de expresar la relación entre los “registros” a
través de la notación algebraica, llegando a abandonar la relación que entre
ellos había planteado desde 1953.
Ante el fracaso de Lacan por matematizar su
propuesta invirtió la relación entre los registros. A partir de 1970 lo
real pasó a determinar el lugar central en la estructura de los
“registros” de lo psíquico, en reemplazo de lo simbólico, que hasta ese momento
ocupaba el primer lugar. El nudo borromeo fue la representación de la relación
del tópico lacaniano. Ante el retiro de uno de los anillos (en el caso de la
propuesta lacaniana, de alguno de los “registros”), se produce el
desanudamiento de los otros dos. A continuación pasaremos a exponer la
definición de lo real, lo imaginario y lo simbólico que nos ofrece Jacques
Lacan.
Para Lacan lo real es aquello que no se puede
expresar a través de la palabra o el lenguaje; es decir, es lo no
conceptualizable. Lo real no se puede imaginar ni representar. Lo real es
indeterminado. Por ello, lo real, de acuerdo a Lacan, es accesible solo a
través de la comprensión de lo imaginario o lo simbólico. Aparece en la esfera
de la sexualidad, el horror, el delirio y la muerte. Su característica
principal es la de no ser representable y el de tener existencia propia. Sin
embargo, pese a ello, Lacan nos ofreció una visión paradójica de lo real al
proponer que lo real es el no-fundamento que subyace al significante. Lo real
es, en suma, un no-concepto. Lacan, de igual forma, hizo una diferenciación
entre lo real y la realidad, entendiendo a esta última como perteneciente al
mundo del lenguaje, de lo simbólico.
Lacan, evidentemente, a partir de lo real nos
invita a renunciar a la razón. No solo nos plantea que lo real no es accesible
al entendimiento humano sino que en sí mismo es una realidad primaria y
sustancial innombrable, pre-lingüística, un imposible racional. Presentada bajo
un lenguaje atiborrado de metáforas y alusiones imprecisas, los planteamientos
de Lacan, evidentemente, adolecían de las más elementales condiciones para ser
considerados como científicos por las siguientes razones:
- Toda ciencia se refiere, en principio, a la
realidad. Pero en el planteamiento de Lacan la realidad es lo que la gente cree
que es y no lo que es, por ser esta última inaccesible.
-Carece de una explicación sencilla sobre la
realidad. Toda ciencia tiene como condición sustancial el referirse a la
realidad, o a un aspecto de ella, en un lenguaje sencillo donde se aprecien las
relaciones fundamentales.
- Los casos que presenta Lacan, como evidencia de
lo que sostiene, no pueden ser replicados por otros investigadores, quedando
únicamente el parecer y testimonio de Lacan como único soporte de lo que él
mismo sostiene.
- Evidencia una profunda contradicción lógica al
plantear que lo real es innombrable e inaccesible; pero, sin embargo, se
refiere a el, a su comportamiento y función. Si lo real es inaccesible; pero a
la vez, accesible a través de lo simbólico, entonces es cognoscible y nominable
por el lenguaje. Si esto último es cierto, entonces, lo real podría ser
comprobado a través de comprobación indirecta, con lo cual negaríamos la
propia definición de lo real.
Lo imaginario es el “registro” no lingüístico de
la psique. Se forma a través del pensamiento más primario, el de las imágenes.
De acuerdo a Freud la percepción deja ciertas marcas psíquicas. Lacan aportó su
llamado “estadio del espejo” para explicar como el sujeto puede explicar su
imagen como un Yo, diferenciado de otro ser humano. Esta diferenciación, de
acuerdo a Lacan se forma mediante la imagen que proviene de otro.
Lo simbólico es el registro de la psique que se
funda en el lenguaje. Esta unido a la habilidad que adquiere el infante el
infante para materializar su deseo a través del discurso. Para Lacan en el
infante la Ley, el Orden y el Logos se instaura mediante la función paterna. El
pensar racional pertenece al registro de lo simbólico.
Jacques Lacan en el Seminario 8 La transferencia
(1960-1961) sostuvo lo siguiente:
"Este símbolo Φ (Phi mayúscula) [...] lo
designé brevemente, quiero decir, de una forma rápida y abreviada, como símbolo
del lugar donde se produce la falta del significante [...]Pero cuando lo he
introducido hace un momento, he dicho símbolo falo, y quizás este es, en
efecto, el único significante que merezca en nuestro registro - y de un modo
absoluto - el título de símbolo.”
El Símbolo (Φ Phi mayúscula) es la
representación de lo que Lacan llama entonces el «falo simbólico», que no es
otra cosa que el momento de la emergencia de la psique.
En suma, el enfoque lacaniano, en realidad, no
pasa de ser una confusa y contradictoria visión de lo psíquico. Una
manipulativa visión de la realidad que constituye, en la práctica, una reacción
frente a la razón y a sus posibilidades. El psicoanálisis lacaniano es el
abandono a toda posibilidad de enfrentar la vida con lucidez, de comprender el
mundo circundante y psíquico del ser humano. Aunque no podemos negar la gran
habilidad de Lacan para recurrir a influencias de diferentes orígenes- que iban
desde la filosofía hasta la topología y el análisis combinatorio, pasando por
enfoques tan diversas como los de Freud, Saussure, Hypolite, etc- para
justificar sus interpretaciones psicoanalíticas, podemos afirmar que estos
carecen de la consistencia interna y de la validación para ser tomados en
cuenta como argumentos racionales.
El psicoanálisis lacaniano, discurso postmoderno
y anti-razón.
El psicoanálisis lacaniano al igual que el
discurso postmoderno son tributarios de las teorías de Ferdinand de Saussure.
Ambos parten de la idea de que la realidad es, fundamentalmente, una
construcción del lenguaje y que esta no es más que una ilusión, al considerar
que lo real es inaccesible. Es decir, toda conceptualización sobre la real no
es sino una suerte de ficción, de representación simbólica sobre lo real, que
queda reservada a lo no representable, a lo incomunicable a lo incomprensible e
innombrable.
En éste sentido, toda preocupación por
desentrañar lo real, partiendo de la definición lacaniana, termina siendo
infructuosa. En términos prácticos representa la renuncia a la posibilidad de
conocer. El discurso postmoderno ha hecho suyo este planteamiento al reconocer
la imposibilidad de determinar si una representación de lo real (la realidad,
de acuerdo a la definición postmoderna inspirada en Lacan) es más verosímil que
otra. . Apreciando la propuesta postmoderna de tolerancia- desde sus
fundamentos- frente a las diversas visiones sobre lo existente, en realidad lo
que encontramos no es un afán por profundizar los planteamientos democráticos,
producto de la modernidad, sino más bien el de socavar las bases sobre las que
se ha construido el conocimiento humano, al desconocer que exista alguna
posibilidad de adentrarnos en lo real.
Sobre la aseveración de que la realidad es una
construcción social diremos lo siguiente. En principio no existe diferencia
alguna entre lo real y la realidad. Esta diferenciación nos invita a pensar lo
existente en términos metafísicos. Pero en el caso del planteamiento filosófico
de cual parte Lacan, es simplemente incognoscible, ya que el conocimiento
racional está necesariamente mediado por el lenguaje. Lo que los postmodernos
identifican como real es la realidad misma. Los llamados discursos sobre lo real;
es decir, la realidad, no son sino las representaciones simbólicas de la
realidad, pero no son la realidad misma.
Las acciones sociales o la conducta social son
efectivamente reales aún cuando se realicen partiendo de representaciones
inexactas de la realidad. Es más, la creencia misma en esas representaciones es
parte de la realidad, pero ello no implica que el contenido de esas
representaciones corresponda a la realidad. Es evidente que las acciones
sociales producen la realidad social, independientemente de que ellas se
produzcan por la acción de ideas o pensamientos que concuerden o no con la
realidad. Pero ello no implica, de ningún modo, que el discurso sobre la
realidad sea confundido con la realidad misma. La realidad social es una
construcción, efectivamente, pero no es una construcción discursiva, sino una
construcción a nivel de la praxis social. La praxis social engloba tanto las
creencias que motivan la conducta como las acciones sociales que permiten que
las creencias sean objetivadas. Para esclarecer este asunto plantearemos el
siguiente ejemplo:
Un grupo de fieles decide rendirle culto al dios
en que creen. Para ello realizan una procesión con la imagen de su dios como
símbolo de su fe. En este sentido, la creencia en su dios, independientemente
de que este en la realidad no exista más que en la cabeza de sus fieles, se
objetiviza. Sin embargo, se objetiviza la creencia y su manifestación no el
dios en el que creen. La creencia en ese dios hizo posible que se produjera la
procesión, y eso construye a la sociedad, pero ello no quiere decir, en ningún
caso, que ese dios pueda ser considerado como existente.
Slavoj Zizek
La posición postmoderna, al negar a posibilidad
de conocer lo real, y al condenar el conocimiento a solo tener constancia de los
discursos sobre lo real lo que hace, en la práctica, es plantearnos la
imposibilidad de determinar si la forma en que es visto lo existente lo refleja
o no. Ello significa que la ciencia desaparece y que cualquier discurso, por
más disparatado que sea, es incontrovertible. Cualquier visión sobre la
realidad tiene cabida. Nada se refiere a los hechos, nada es comprobable, todo
son solo discursos, justificaciones. No hay diferencia entre lo que es racional
y lo que no lo es. En éste sentido, el discurso postmoderno constituye,
esencialmente, la mayor negación de la razón. Esto parece paradójico pues se ha
instalado eficazmente en el corazón de las ciencias sociales, incluso podríamos
decir que ocupa un papel central en el discurso antropológico y sociológico
contemporáneo, especialmente en los estudios culturalistas. Más bien diremos
que, pese a que las investigaciones inspiradas en el discurso postmoderno
pueden exhibir la aplicación de determinados métodos de investigación social,
al carecer de la pretensión por reflejar lo real, en realidad han abandonado la
primera condición para que una actividad pueda ser considerada como científica:
la búsqueda por explicar aquello que existe con independencia del observador.
Pero ello produce importantes consecuencias a
nivel de la función social que los fundamentos lacanianos cumplen en el
discurso postmoderno. Nos referimos específicamente al hecho de que las
ciencias sociales aparecieron y se desarrollaron teniendo como fin el
desentrañar los mecanismos que hacen posible la vida en las sociedades. Sin
embargo, si asumimos que todas las visiones sobre la realidad (que el lenguaje
lacaniano y postmoderno denominan “lo real”) son igualmente
aceptables,-por ser lo real inaccesible al conocimiento humano-, entonces
no existe diferencia alguna entre una explicación mitológica sobre la realidad
o una propia de las llamadas ciencias sociales. Esta es, precisamente, la razón
por la que los intelectuales postmodernos utilizan el término discurso para
todo tipo de visión y explicación de la realidad y omiten de manera deliberada
la definición de ciencia para las descripciones y explicaciones obtenidas por
enfoques y métodos científicos.
Si la modernidad significó la época de la
supremacía de la razón; entonces, la postmodernidad no es otra que la
anti-modernidad. La época de la anti-razón, el fin de las ciencias, y en
particular de las ciencias sociales. No es la crítica de la razón desde la
razón la que la anima sino la negación de la razón desde la sinrazón.
Conclusión
El discurso lacaniano, como fuente principal de
la interpretación postmoderna de la realidad, ha contribuido, como discurso
social, como interpretación de la realidad social a dos cosas fundamentales:
por un lado a eliminar la cientificidad de las ciencias sociales,
impregnándolas no sólo de un contenido metafísico sino también de la
imposibilidad de que éste sea accesible al entendimiento humano. Por otro lado,
al asumir que las ciencias sociales no son sino simples discursos ideológicos,
carentes de todo potencial explicativo, quedan despojadas no solo del
reconocimiento de su capacidad analítica, sino de su función social.
En este sentido, diremos que aquellas
interpretaciones asentadas sobre los conceptos lacanianos de lo real y de su
diferenciación radical con la realidad contribuyen al desmantelamiento de la
cientificidad de las ciencias sociales, a su conversión en simples discursos
banales, oscuros y alienantes.
La renuncia al conocimiento implica,
necesariamente, el abandono de toda determinación de la realidad, y por ende de
la crítica; habida cuenta que la crítica parte de la discriminación entre los
diferentes enfoques sobre la realidad, a la luz de los fenómenos y hechos. No
hay crítica sin referencia a la realidad (o lo real como le llaman los postmodernos)
y la contrastación de posiciones frente a otros enfoques sobre la realidad. En
este sentido, la postmodernidad como conjunto de planteamientos teóricos
sustentados en un relativismo irracionalmente sustentado, hace imposible toda
crítica y, por ende, todo cambio social. En suma, el discurso postmoderno es,
esencialmente, un discurso conservador sustentado en la irracionalidad.
[1] El término matema fue
introducido por Lacan para referirse a la conversión de su propuesta
psicoanalítica a la notación algebraica. El término fue tomado del término
mito, trabajado por Lévi-Strauss y el griego mathema, que se puede entender
como conocimiento.
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