Sab, 03/13/2010
por Fernando Carvallo*
El listado provisional de errores intenta recoger algunos de los argumentos más frecuentes que el autor ha escuchado en el curso de actos y conferencias en los que le tocó participar durante los últimos meses. Algunos de ellos remiten a reservas conceptuales que también se han expresado en otros países. Otros se refieren específicamente al período de violencia vivido en el Perú entre 1980 y 2000, que difiere radicalmente, a causa de su origen terrorista, de otras experiencias de violencia producidas en América Latina durante el mismo período. Explicitar los argumentos y discutir su pertinencia puede contribuir a disipar los prejuicios y convencer a toda persona bien intencionada de que el Perú tiene mucho que ganar si se dota de una institución que, tal como recomienda la Comisión de la Verdad y Reconciliación, dignifique la memoria de las víctimas, permita comprender críticamente los extremos de los que hemos sido capaces y contribuya a que nunca más volvamos a caer en los abismos de la intolerancia, la violencia y la negación de la dignidad de la vida humana.
1El concepto de memoria colectiva es un neologismo al servicio de una agenda ideológica.
El primero que formalizó el estudio de la memoria colectiva fue el sociólogo francés Maurice Halbwachs, quien en 1925 publicó una obra que suele considerarse la primera referencia teórica sobre el tema, Los marcos sociales de la memoria. El origen de su curiosidad fue el mecanismo de la transmisión de ciertos temas musicales de una generación a otra. Quienes superamos los cincuenta años sabemos que algunas grandes canciones de los años sesenta o setenta, contra todas las predicciones, no han vencido la barrera del tiempo, mientras que otras sí. Guiado por la voluntad de establecer los criterios que hacen posible la transmisión y los filtros que definen los perfiles de la memoria musical, Halbwachs descubrió un continente de estudios nuevos que rápidamente comenzó a ser recorrido por otros investigadores.
Entre ellos destaca el historiador Marc Bloch, fundador de la Escuela de los Anales, quien observó con sorpresa que a medida que pasaba el tiempo se forjaban imágenes crecientemente divergentes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), en la que había combatido como soldado del ejército francés. Bloch lamentó que tras el despliegue oficial de monumentos, textos y declaraciones patrióticas destinadas a crear un consenso nacional, el espíritu crítico fuese aplastado, contribuyendo a la mala preparación de su país para hacer frente a la Segunda Guerra (1939-1945). Bloch dedicó los últimos días de su vida, antes de ser fusilado por la GESTAPO, a explicar críticamente las razones por las que Francia no supo prepararse para hacer frente a la invasión alemana de 1940.
Después de la guerra, el historiador Pierre Nora prosiguió el trabajo de la Escuela de los Anales y los orientó al estudio de lo que denominó “lugares de memoria”. Su obra monumental (1984) es considerada una suma sobre la memoria colectiva en Francia, habiendo tratado de explicar el funcionamiento de las selecciones memoriales que se operan necesariamente en los nombres de las calles, los íconos e himnos oficiales, los días feriados y los colores adoptados por las organizaciones políticas. Como en todos los países desarrollados, la elaboración crítica de la memoria colectiva y la consiguiente creación de instituciones memoriales han entrado a las agendas públicas después del fin de la guerra fría y la disolución de la imagen bipolar del mundo que prevaleció entre 1945 y 1991.
2 La defensa de los DDHH y las políticas de memoria son valores de la izquierda.
Los Derechos Humanos son una contribución histórica de la Ilustración, de su énfasis en la tolerancia y de su exploración de la condición humana. Al término de la guerra de Independencia en Estados Unidos y desde el comienzo de la Revolución Francesa, sus principales actores carecían de una idea clara del modelo de nación que querían construir, pero fueron firmes en el rechazo a la intolerancia y la arbitrariedad que asociaban con el antiguo régimen. Es probable que en ambos casos la masonería haya jugado un papel decisivo. La idea de valores intrínsecos de la persona humana, que no necesitan de fundamentación divina, fue combatida pos corrientes conservadoras hasta mediados del siglo XX. Los movimientos socialistas aparecidos a lo largo del siglo XIX orientados a combatir la desigualdad en las sociedades y a diseñar una manera radical de cambiarlas, solieron desconocer un concepto que fijaba el horizonte universal de valores y derechos.
Todavía se puede hallar en José Carlos Mariátegui expresiones de desprecio a los Derechos Humanos, lo que ha sido el caso de la mayoría de las revoluciones realizadas en el siglo XX, incluyendo la cubana de 1959 y la iraní de 1979. El auge actual de los Derechos Humanos cobró fuerza a partir de la presidencia de James Carter (1977-1981). Mc Govern fue el primer candidato a la presidencia de EEUU que se reunió en el Perú con dirigentes de izquierda (1978), a quienes reprochó su supuesta falta de interés por el tema, así como por la carrera armamentista. El panorama comenzó a cambiar con la multiplicación de dictaduras militares que fueron eficazmente cuestionadas en el extranjero en nombre de los DDHH.
Mientras tanto, las derechas retomaron desde inicios de los años ochenta confianza en su modelo de crecimiento económico y tendieron a limitarse a exaltar los beneficios de la economía de mercado. Sin embargo, el hecho de que las corrientes de derecha no hayan solido priorizar los Derechos Humanos (y en general los temas culturales) no quiere decir que ellos no correspondan también a su historia y sus valores.
3 Los museos de la memoria atentan contra la credibilidad del Estado y las Fuerzas Armadas.
Alguien tan ajeno a nuestra circunstancia como el filósofo griego Epicteto lamentaba en el primer siglo de nuestra era que los hombres vivieran ilusamente preocupados “no por las cosas sino por la opinión que se forman de las cosas”. Lo grave es que el Estado y sus agentes, uniformados o no, falten a su deber y violen las leyes y los reglamentos que rigen el funcionamiento de las instituciones. La tentación existe en todas las comunidades humanas. Algunas se dotan de mecanismos que aseguran que la verdad no se oculte (prensa libre, poder judicial eficiente y no corrupto, sistema de partidos que garantizan el papel de la oposición y la posibilidad de la alternancia, instituciones de fiscalización y control), mientras que otras intentan tapar el sol con la mano. Cuando el Estado intenta imponer una verdad oficial y criminaliza los intentos de investigar los hechos de manera rigurosa, imparcial y plural, los resultados son siempre los mismos: la opinión pública desconfía y crece el abismo entre la autoridad pública y la sociedad. Lo que erosiona la credibilidad del Estado no es que se reconozca y se muestre sus disfuncionamientos, sino que se intente encubrirlos. Las últimas declaraciones del general Otto Guibovich permiten concluir que el Ejército ha comprendido que no corresponde a su interés negar que algunos de “sus efectivos y sus unidades” cometieron el error de combatir al terrorismo con terror. Pero nada de lo dicho podría justificar la reprobación esencialista de la institución militar que aportó también su cuota de sacrificios en el cumplimiento de una tarea encargada por las autoridades civiles.
4El terrorismo es un concepto equívoco que escamotea los problemas estructurales de una sociedad.
Esta idea se ha generalizado en algunos ambientes a partir de los años 2000, probablemente a causa de la manipulación del tema ejercida por el gobierno de George W. Bush y sus aliados. Hoy sabemos que la “cruzada” por la libertad y los valores del Occidente implicaba también la práctica sistemática de la tortura en la cárcel de Abu Ghraib, el limbo jurídico de Guantánamo y los vuelos clandestinos de la CIA. Sin embargo, pocos parecían dudar de la pertinencia del concepto de terrorismo durante los años más duros de los atentados. La muestra Yuyanapaq exhibe una foto de la marcha convocada por Izquierda Unida, cuyos dirigentes desfilaron sin rubor en 1989 bajo la consigna de “Unidos contra el terrorismo”.
A nivel latinoamericano, nadie ha caracterizado seriamente al “Che” Guevara como terrorista, señal inequívoca de la diferencia espontánea que existe entre el tipo de violencia guerrillera que él encarna y el terrorismo practicado en el Perú desde 1980. Independientemente de lo que se piense de las ideas de Guevara sobre la lucha armada, no figuraban en su programa el asesinato de civiles ni los crímenes de masa. El terrorismo es un fenómeno moral y político específico, no reductible a las circunstancias sociales en que aparece ni a la indulgencia que pueda suscitar. Privar a la representación de la violencia vivida en el Perú del papel crucial del terror conduce a desnaturalizar la realidad de los hechos y a crear una distancia abismal con el espontáneo repudio moral que el terrorismo despierta en la gran mayoría de nuestra población.
5 No existe una verdad histórica, sólo caben versiones plurales de los acontecimientos traumáticos.
A veces el relativismo filosófico y moral se ponen al servicio de la impunidad y la parálisis. Diversos filósofos contemporáneos han discutido sobre el estatuto de la verdad después de varias generaciones de cuestionamientos radicales y la crisis del paradigma de las ciencias. Contra ellos, Paul Boghossian ha denunciado las consecuencias del “constructivismo” como expresión del “miedo al conocimiento”. Respecto a los grandes episodios de violencia como el genocidio de judíos, la guerra de Vietnam, los desaparecidos de la Operación Cóndor o el régimen sudafricano del Apartheid sólo las corrientes interesadas en diluir responsabilidades siguen predicando la incertidumbre. Desde luego que eso no implica una refutación epistemológica de los cuestionadores de la verdad, pero tampoco ellos parecen disponer de argumentos de ese nivel. Lo real es que redactar programas escolares, ejercer justicia y diseñar políticas públicas requiere asumir que hay verdades que constituyen el zócalo de la convivencia.
6 Quienes han estado en el terreno saben mejor que nadie lo que de verdad sucedió.
Este argumento suele ser caracterizado como “populismo metodológico”. Sobre todo porque le da el mismo estatuto de observador privilegiado a los perpetradores y a las víctimas. Con ese criterio más sabrían sobre la construcción de pirámides egipcias los que se vieron obligados a construirlas creyendo que sus amos eran dioses. Y Champollion, que no había visitado Egipto, no hubiera debido descifrar la piedra Roseta. Es indudable que el terreno es fuente de un aprendizaje humano inalcanzable desde los gabinetes de estudio pero tiende a sesgar la mirada del fenómeno global, sus causas y sus responsables. Basta interrogar a diferentes actores del mismo episodio de violencia, para confirmar que el más nimio de los incidentes es procesado e integrado en un esquema general que incluye inclinaciones morales, identificación con víctimas y héroes, simpatías y antipatías. Por eso la Comisión de la Verdad y Reconciliación procedió a la vez al recojo masivo de testimonios y al análisis distanciado y argumentado de las interpretaciones.
7 No conviene edificar un Lugar de la Memoria mientras persistan remanentes de violencia.
Con este argumento no hubiera sido posible edificar memoriales de las víctimas del nazismo, del racismo, de la violencia contra las mujeres y de la homofobia. Los Lugares de la Memoria no sólo están orientados al pasado. Aspiran sobre todo a que asumamos que la construcción del futuro depende del consenso sobre los valores que una sociedad pueda alcanzar. Es precisamente porque nuestro país sigue padeciendo la acción de grupos armados decididos a conseguir con violencia sus objetivos (políticos o puramente delictivos) que conviene oponerles las lecciones de la historia.
8 No conviene que el Lugar de la Memoria se construya en Lima.
Esta es una tesis que sostienen tanto algunos defensores ardientes de la memoria histórica, como también quienes pretenden minimizar su impacto y limitar su significación a nivel local. Es cierto que la violencia afectó principalmente regiones rurales y población pobre y quechua-hablante, pero su generalización amenazó al orden democrático en su conjunto. Lima no es sólo la capital política del Perú, sino también la ciudad síntesis y la expresión de todos los componentes sociales y culturales de nuestro país. El centralismo y los prejuicios racistas no son razón suficiente para privar al futuro Lugar de la Memoria del significado nacional que le garantiza su inserción en el espacio geográfico y mental de la capital. Sin embargo, es cierto que uno de sus principales desafíos será integrarse a la red creciente de instituciones memoriales aparecidas espontáneamente en las zonas más afectadas por la violencia.
9El Lugar de la Memoria responde a factores ligados a la coyuntura política.
Si se ha leído con atención los argumentos precedentes, se concluirá fácilmente que el desafío museográfico mayor es elevarse al nivel de pedagogía ciudadana permanente. Cada año que pasa se acentúa el divorcio entre un sector de la población marcado por los atropellos padecidos ante la indiferencia de la mayoría y la incorporación al espacio público de nuevas generaciones, atraídas por las promesas del crecimiento, el libre comercio y la modernización. Los jóvenes apoyan abrumadoramente el Lugar de la Memoria porque no hallan ni en sus familias ni en la escuela las necesarias explicaciones de lo que vivieron sus padres y sus abuelos.
10 Quienes quieren construir el Lugar de la Memoria están animados por un apetito de revancha.
Toda forma de acción pública orientada por bajas pasiones equivaldría a la victoria póstuma del terrorismo. La única manera de superar la debacle moral y el desastre político es afirmar una exigencia del espíritu y una sabiduría política a las que resulte ajena toda forma de revancha. ♦
*El autor trabaja en el equipo técnico del Lugar de la Memoria, pero se expresa aquí a título personal.
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