Sáb, 20/03/2010 - 19:36
Alberto Adrianzén M. (*)
Hace unos días el periodista argentino Santiago O’Donnell, de Página 12, publicó un artículo sobre Honduras titulado “Un pato es un pato” (14/3/10), donde muestra, basándose en un informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) –publicado hace un par de semanas y silenciado escandalosamente por las grandes cadenas de información– que en ese país lo que existe es una abierta dictadura militar disfrazada de gobierno civil.
El informe de la CIDH no deja dudas: “condena y lamenta los asesinatos de tres miembros activos de la resistencia al golpe de Estado, registrados el último mes en Honduras. Asimismo, la CIDH deplora los secuestros, detenciones arbitrarias, violaciones sexuales y allanamientos ilegales de que han sido víctimas personas de la resistencia contra el golpe de Estado y sus familiares.
La CIDH expresa también su profunda preocupación ante la información obtenida de que hijos e hijas de activistas están siendo amenazados y hostigados y que en dos casos han sido asesinados”.
Aunque el informe de la CIDH es bastante preciso y detallado acerca de estas abiertas violaciones a los derechos humanos, importa destacar, además, que el actual gobierno de Porfirio Lobo es una simple continuación del golpismo: “En este gobierno, afirma O’ Donnell, el dictador Goriletti ocupa una banca de diputado vitalicio y el general golpista Romeo Vásquez ha sido premiado con un puesto de gerencia en la telefónica estatal”.
Por otro lado, que lo que existe en Honduras, según este periodista, es un terrorismo de Estado similar al que vivió Argentina en la década de los setenta. El actual secretario de seguridad del presidente Lobo es Óscar Álvarez, “sobrino del general Gustavo Álvarez Martínez... Confeso admirador de la dictadura argentina y huésped en Palmerola del destacamento del Batallón 601 enviado a Centroamérica para dictar cátedra sobre torturas y desapariciones”. Por eso no es extraño que hoy la represión no solo sea contra los opositores sino principalmente, como lo demuestra el informe de la CIDH, contra sus familiares más cercanos, como sucedió en Argentina. A ello se suma el asesinato de periodistas. Una barbarie que se pensaba superada en esta región.
En la Cumbre de Cancún del mes pasado, “Brasil dio luz verde para el regreso de Honduras a la OEA”, como se sabe, este país era el más comprometido con la continuidad democrática en Honduras; también, como señala O’Donnell, “la semana pasada bajo la atenta mirada de la secretaria de Estado estadounidense Hillary Clinton, de gira por la región, los países de Centroamérica, incluida la Nicaragua sandinista, aceptaron el regreso de Honduras al organismo regional, SICA, y comprometieron su apoyo para su vuelta a la OEA. Horas más tarde, el flamante presidente salvadoreño y referente del Farabundo Martí, fue recibido por Obama en el Salón Oval, un logro que líderes de países más importantes y gobiernos más afines esperan concretar. Funes abogó por la reinserción de Honduras en la Comunidad Internacional”.
De toda esta historia, trágica por cierto, se pueden sacar dos conclusiones: la primera es que el aislamiento internacional de Honduras, hoy convertido en un Estado terrorista, ha concluido, lo que representa una clara victoria de EEUU; la segunda, como dice José Cornejo en un mensaje personal: “Lejos de las promesas hechas por Obama de un cambio en las relaciones con América Latina, hemos visto, luego del golpe en Honduras, una ofensiva creciente por reafirmar la hegemonía americana en la región, que además de la bases colombianas, está desplegando una campaña desestabilizadora y agresiva en contra de Cuba y Venezuela.”
La historia actual de Honduras nos recuerda un pasado que parecía superado. La pregunta, en este contexto, es si la “solución hondureña” es el inicio de una contraofensiva imperial que busca poner fin a los procesos de cambio en América Latina.
(*) albertoadrianzen.lamula.pe
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