viernes, 19 de marzo de 2010

Frentes, pactos y consensos


Juan De la Puente
Los frentes electorales en el Perú solo sirven para que los candidatos pierdan las elecciones. En otros países, con sistemas de partidos consolidados y alta conciencia política, implican una agregación de intereses, programas y adherentes. En el Perú, salvo el Frente Democrático Nacional de 1945, fueron el crisol de las derrotas. Pasó con Alfonso Barrantes (1985), Luis Bedoya (1985), Mario Vargas Llosa (1990), Lourdes Flores (2001 y 2006), y Valentín Paniagua (2006), valiosos peruanos que, en otras condiciones, podrían haber dirigido el país.
La visión de frentes electorales pertenece a una estrategia errónea sobre el Perú político. Asume que tenemos partidos masivos que intermedian tradiciones y expectativas ciudadanas y que representan a sus electores. Cuando se constituyeron, se quedaron en la agregación de liderazgos y en sobrepoblación de candidatos a curules. En nuestra cultura política el problema fundamental de un frente electoral es cómo dividirse y no cómo unirse.
Lourdes Flores no necesita de un frente para ganar la alcaldía de Lima; su mensaje es hasta ahora claro y preciso y solo le falta subir y bajar los cerros de la capital para abrazarse con los pobres de Lima, un decisivo 30% que debe ser persuadido, y para lo cual ninguna estructura partidaria actual es eficaz. Alejandro Toledo, que dirigió un exitoso gobierno, no necesita tradicionalizar su candidatura sino volver a relacionarse con los movimientos ciudadanos y las demandas sociales, como hace 10 años.
Ollanta Humala, que dice ser portador de una nueva izquierda, no necesita recoger los rezagos de una izquierda experta en acuchillarse sino mostrar si realmente es nuevo y bueno. En los casos señalados el concepto de coaliciones sociales y de pactos con la ciudadanía organizada debe reemplazar a la idea de un frente electoral.
La inviabilidad de los frentes no significa que los partidos y los líderes no pacten consensos programáticos, especialmente en materia de reformas políticas y sociales; o que no arriben a compromisos post electorales, como que no desbancarán al que gana, no excluirán al ganador de la gobernabilidad parlamentaria, o no harán tabla rasa de lo realizado por sus antecesores. Tampoco implica que se comprometan, ahora, a intentar un ordenamiento del debate para fijar la atención en lo que el país requiere y demanda los próximos años.

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