domingo, 14 de marzo de 2010

La vida, la academia y la política


Por  Nicolás Lynch
Hay varias maneras de desbarrancar un debate cuando faltan los argumentos. Una de ellas es mezclar distintos planos para descalificar al oponente y situarlo como candidato a diversos oportunismos. Algo de esto ha pasado con la polémica que voy a comentar. Y lo remarco porque está fresca la tinta de la calumnia que otro medio escrito pretendió contra el que suscribe y dos compañeros más acusándonos de un supuesto transfuguismo por apoyar la candidatura de Ollanta Humala. Vamos a tratar entonces, hasta donde se pueda separadamente, vida, academia y política.
Uno
 El primer pecado de Alberto Adrianzén y el mío es el de haber tenido una vida entre la academia y la política, con el empeño de reconciliar la lucha por la justicia con la lucha por la libertad, es decir con el empeño de ser socialistas. Además, veinte años de neoliberalismo no nos han domesticado. Efectivamente, como muchos en nuestra generación empezamos la vida adulta entre la academia y la política y seguimos, ya con pocas compañías, porfiadamente en esa misma agonía. En el ínterin hemos visto de todo, claudicaciones y aburrimientos incluidos, hasta esas traiciones que parece temer alguno de nuestros adversarios. Pero estoy orgulloso de lo vivido y orgulloso también de mi generación de izquierda que con su impronta y a pesar de todos los errores ha sacudido ya este país, para bien nuestro y de los que vendrán.
El caso es que para Martín Tanaka y sus ocasionales escuderos, Eduardo Dargent y Alberto Vergara, nuestra vida en el empeño es algo así como un archivo de inconsecuencias y mentiras al cual pueden recurrir en cualquier momento para juzgar nuestra obra académica y cuestionar la idoneidad de nuestro juicio. Sin embargo, Adrianzén y yo no hemos llegado gratis a donde estamos ni le hemos robado a nadie su lugar. Nunca se nos ha acusado de algo impropio ni menos aún somos intocables, como refería Vergara. Yo al menos he dado y recibido batalla sin jamás pedir cuartel porque siempre he tenido la convicción (y sentido el placer) de que por los ideales valía la pena batirse.
Dos
Pasemos a la academia. Aquí está supuestamente la fuente de prestigio para nuestros detractores pero en realidad su carencia mayor. Han naufragado en su teoría del conocimiento y tratando de explicar el tema democrático. Si algo ha quedado claro en el debate es que la objetividad en las ciencias sociales no es la de las ciencias naturales ni la de las ciencias exactas. En las primeras los sujetos que investigamos somos parte del objeto de estudio por la sencilla razón de que vivimos en la sociedad que investigamos. El rigor no se mide entonces porque tengamos o no ideas previas en la cabeza o ideología en un sentido más acabado, sino por nuestra capacidad de construir enfoques y operativizarlos para dar cuenta de un objeto de estudio determinado, consulten a Zyzek (2004) al respecto si Marx les causa escozor. Esta epistemología elemental es de la que huyen nuestros adversarios porque en el momento que la acepten se les cae el edificio de descalificaciones que han pretendido armar.
Pero en el tema mayor, la democracia de nuestros días, tampoco han dado fuego los muchachos. Aquí nos han querido pasar, literalmente, gato por liebre. Han querido volver a contar el cuento de que hay un solo concepto de democracia: la democracia elitista de manufactura anglosajona que se define por la competencia entre los políticos por el poder del Estado. Esa es una versión de la democracia que ha buscado ser exportada a América Latina desde los Estados Unidos con millones de dólares de inversión. La democracia sin apellido, como orgullosamente la llaman, que no es de derecha ni de izquierda sino todo lo contrario. Una versión ciertamente, pero no la única, como lo señala la historia del mundo y de la teoría política en los últimos siglos. Existe otra corriente democrática que hunde sus raíces también en la historia latinoamericana y que está construyendo una democracia de ciudadanos, no de élites. No es una democracia sin apellido por supuesto, es la democracia que se come y que a nuestros oponentes se les atraca, es decir la democracia que también tiene como objetivo brindar bienestar.
En cuanto a Vergara que dice que sólo creemos en la democracia si esta es de izquierda hay que recordarle otro punto elemental. Toda democracia, elitista o ciudadana, se constituye en base a una determinada hegemonía social y política. La democracia peruana actual está constituida sobre la base de la coalición que sostiene el modelo neoliberal. El mejor “test” para entenderlo son los límites de su pluralismo: sólo caben en la discusión los temas y actores que no cuestionen el modelo de marras, los demás están fuera. Allí está el cuasi monopolio mediático para probarlo. Necesitamos una nueva hegemonía ciudadana para ampliar esta democracia a todas las voces y todos los temas. Por ello plantemos, como herramienta, una nueva Constitución, donde quepan todos sin las excepciones que ahora existen.
¿Qué les molesta de esta aclaración? La pérdida de algún supuesto monopolio sobre el concepto de democracia. Si no tienen la exclusiva ya no pueden oficiar de árbitros, su rol preferido, y pierden buena parte del papel que se desean asignar en nuestro medio.
Tres
Lleguemos a la política, la fuente de todos los males para nuestros detractores. Si hoy estamos errados, Adrianzén y el que esto escribe, es por nuestra actual actividad política que no buscaría sino repetir errores de treinta años atrás. ¡Qué tal bronca que les tienen a los que hacen política! Y, ojo, no nos acusan de corrupción. Aquí es simple y llanamente un disgusto visceral con la vocación política como tal.
Para recapitular la historia última, critican nuestra participación en gobiernos recientes, la de Adrianzén en el de Paniagua y la mía en el de Toledo, porque supuestamente hubiéramos querido izquierdizarlos o asignarles características progresistas que estos gobiernos no tenían. Nada más falso. Ambos gobiernos se dieron en una coyuntura de transición democrática, donde se juntaron fuerzas de diferentes orígenes políticos con la esperanza de lograr una democracia más justa que reflejara la coalición que había derrocado al dictador y hecho posible la transición. Paniagua tuvo algunos avances en sus pocos meses de gobierno y Toledo hizo campaña y firmó compromisos de modificatoria del modelo neoliberal que luego incumplió, por ello su bajísima popularidad que lo mantuvo en ascuas en la segunda mitad de su gobierno. ¿Ya se olvidaron? Por lo demás, allí están los múltiples testimonios escritos que he dejado de mi paso, los primeros quince meses, por ese gobierno, al que entré para apoyar la construcción democrática y del que salí con la frente en alto y la satisfacción de haber dado la lucha y no haber claudicado jamás.
Lo que pasa es que Tanaka no cree que hubo transición ni tampoco derrocamiento de Fujimori, ver al respecto su libro “Democracia sin partidos” (2005); y Vergara, en artículo anterior, habla de “sueños transicionales”. Vamos a ver quién sueña. Para Tanaka, Fujimori se fue por la “casualidad” del video Kouri-Montesinos. Ya se olvidó de la Marcha de los Cuatro Suyos y la crisis política de la época. Es más, tampoco cree que se trató de una dictadura, por ello durante años nos ha “regalado” con el híbrido del autoritarismo competitivo, que recién hace muy poco ha explicado que se parece más a una dictadura que a una democracia, con lo cual parece haber terminado un coqueteo, al menos académico, con el fujimorismo. Como vemos, son ellos los que sueñan, pero sueños de opio.
Hoy nos enrostran, que junto con otros intelectuales y líderes de opinión, apoyemos la candidatura presidencial de Ollanta Humala. Vernos de nuevo en la brega les despierta fobias conocidas y no conocidas que en última instancia cuestionan la necesidad de esa otra democracia para el Perú. Lo siento pero llegaron tarde a la historia. Quizá les hubiera ido mejor como compañeros de viaje del ajuste neoliberal de principios de los noventa. Pero, eran muy jóvenes para eso. Hoy esta democracia, que ha sido secuestrada por el continuismo y devenido en un régimen precario, exige cambios radicales contrarios a la democracia de élites que ustedes plantean. Nadie puede asegurar que estos cambios se logren pero si no es así quizás el tránsito sea en un sentido inverso, a un orden genuinamente autoritario.
Mientras tanto quisiera agradecer a los polemistas por el intercambio. Creo que en el contraste, más allá de gustos y disgustos, algo o mucho aprendemos y quizás permitimos que muchos más se cuestionen y también aprendan.

www.nicolaslynch.com

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