domingo, 14 de marzo de 2010

Enemigos íntimos y públicos


or Jorge Bruce
Contra la opinión de muchos, la apuesta de Lourdes Flores de levantar el estandarte anticorrupción en la liza electoral por la alcaldía de Lima parece haber dado en clavo. Como saben, en la última encuesta del IOP de la PUCP la pepecista aventaja por diez puntos a Kouri. Y esto antes de haberse presentado oficialmente como candidata o anunciar su programa municipal. De modo que, pese al escepticismo generalizado, cabe la posibilidad de que el llamado de alerta de Lourdes no haya caído, del todo, en saco roto.
Sería pavorosamente ingenuo creer que se ha producido un cambio súbito en las percepciones ciudadanas acerca de la corrupción. Lo demuestra el que, en el mismo sondeo, 40% de los encuestados encuentre preferible a un alcalde que haga buenas obras, aunque robe.
Estadísticas más o menos, hay una contradicción en la sensibilidad de los limeños ante esta plaga tan arraigada. Podría interpretarse una respuesta ambivalente: por un lado se la execra, por otro se la disfruta.
¿Cómo así?
En un reciente ensayo de Gonzalo Portocarrero –Los fantasmas del patrón y el siervo como desestabilizadores de la autoridad legal en la sociedad peruana– publicado en el volumen Cultura Política en el Perú, editado por Portocarrero, Ubilluz y Vich, el sociólogo afirma lo siguiente:
“Los ‘destapes’ podrán indignar, pero también despiertan una gran satisfacción en la ciudadanía, pues, otra vez, se confirma que todos los políticos, y en general todos los que encarnan alguna figura de autoridad, son unos sinvergüenzas”. Pero luego agrega: “Lo que no se suele apreciar es que esta tendencia a pensar, siempre, lo peor de los hombres públicos lleva a legitimar la transgresión. En efecto, de esta imagen tan negativa se desprende una actitud escéptica frente al funcionamiento de la ley. Si ellos, los que hacen la ley, y que deberían estar llamados a ser un ejemplo, son, en realidad, los primeros en evadirla, entonces por qué habría uno de perjudicarse cumpliendo con la ley. No hay autoridad moral”.
Siendo lo anterior exacto en mi opinión, cabría preguntarse si no hay picos de saturación en los que esta tendencia se revierte, así sea de manera transitoria. Mi impresión es que estamos en uno de esos periodos –hasta la búsqueda de Crousillat por la PNP recuerda a Fujimori “buscando” a Montesinos– en los que se rebalsa el vaso. Siempre ha habido, siempre habrá, pero hay instantes de acumulación gonzalespradianos, cuando la pus nos ahoga y el cuerpo social reacciona. La arremetida contra los medios de comunicación más incómodos para los enjuagues del régimen refuerza esa impresión de retorno, no a la hiperinflación de Alan I, sino a la hipercorrupción de Fujimori y Montesinos. El Presidente ha explicado que ya está viejo para atentar contra la libertad de prensa, empeorando, inconscientemente, su caso: ¿es cuestión de edad el respeto de la democracia?
No hay que subestimar, sin embargo, la capacidad de Flores y su jardín de sabotearse, tal como han hecho varias veces, en la puerta del horno. Dejar a Cataño fue oportuno, pero también un indicador inquietante de un comportamiento escindido. Los enemigos son públicos, como también íntimos.

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